sábado, septiembre 19

La princesa italiana que dejó todo y vive en San Isidro
Jorge Fernández Díaz
LA NACION


Isabella en su casa de San Isidro contemplando un retrato de cuando era princesa en su castillo de Italia

Cuando un oficial alemán le ordenó al padre de Isabella que se entregara, el general italiano se llevó una mano a la funda donde guardaba su pistola Beretta y gritó: "¡Un Gonzaga no se rinde nunca!". Fue entonces cuando lo barrió una ráfaga de ametralladora.

Aunque no lo parezca, ésta no es una historia de guerra, sino de amor, y la princesa Isabella no vive en su palacio de Piacenza, sino en un departamento de San Isidro.

Los Gonzaga tienen más de siete siglos y forman una noble familia italiana de guerreros, estadistas y mecenas: reinas, emperatrices del Sacro Imperio Romano Germánico, príncipes, condes, barones, duques y marqueses. Una Gonzaga fue pintada por Tiziano y su retrato cuelga en el Museo del Prado. Otro fue santo: San Luis de Gonzaga, patrono de los estudiantes. Una Gonzaga crió a uno de los Borgia.

Setecientos años de sangre azul corren por las venas de Isabella Gonzaga, esta simpática y campechana mujer que cena una sopa Quick en la sala de una casa de Victoria, donde ha venido a contarme su renuncia a la nobleza, su largo y agridulce romance y su viaje al fin del mundo.

El abuelo de Isabella se llamaba Mauricio y es considerado, aún hoy, uno de los grandes héroes italianos de la Primera Guerra Mundial. Después de gestas legendarias, de heridas y medallas de plata y oro al máximo valor, y de su lucha en el invierno del cólera, ese Gonzaga condujo la conquista del Monte Vodice, en 1917, contra el cansancio de sus propias tropas y la eficaz artillería austríaca. Fue un triunfo a sangre y fuego, y el abuelo siguió combatiendo todavía en otras batallas. Una lluvia de esquirlas le voló la mano derecha y aun así continuó su carrera llena de hazañas y reconocimientos, siempre respondiendo a su rey y en tensión con el fascismo. Fue el rey quien lo nombró marqués de Vodice, aunque ya tenía para entonces varios títulos de similar porte y brillo.


Su hijo Ferrante, el padre de Isabella, era coronel cuando el marqués de Vodice moría. Y siguiendo la tradición había combatido en muchos lugares, como en Africa y Albania. Nueve meses después de que la princesa Luisa Anguissola diera a luz a Isabella, el hijo de Mauricio había ascendido a general y defendía la costa de Salerno, cuando un pelotón nazi se presentó en la gruta donde los italianos habían establecido su estado mayor. El oficial alemán también era noble y lo había conocido a Ferrante en Berlín. Le explicó que los tanques alemanes lo rodeaban y que tenía orden de disparar si se resistía. Luego de acribillarlo a balazos lo dejaron tirado en el interior de esa cueva, y la madre de Isabella estuvo todo un año sin saber si su marido había sido tomado prisionero o si efectivamente había muerto.

Roma era un lugar peligroso. Fue en ese momento en el que se llevó a cabo la Masacre de las Fosas Ardeatinas, donde tuvo un oscuro protagonismo Erich Priebke. No era un sitio seguro para la esposa de un enemigo, ni para sus hijos. Intervino discretamente el Vaticano, e Isabella junto con sus dos hermanos y su gobernanta fueron ingresados, en carácter de pupilos, a un jardín de infantes. Y la princesa Luisa viajó en busca de sustento y refugio a Piacenza. Más tarde se enteró a través de la radio que un grupo de trabajadores, cavando una zanja, había descubierto el añejo cadáver del general y debió viajar a reconocerlo.

Isabella recuerda su vida de princesa en Roma. El miedo que le daban los cascos alemanes. Sus juegos en las playas, dentro de búnkeres antiaéreos. Y después, cuando terminó la guerra, las largas temporadas en un castillo de la familia construido en el 1200, que tenía cuatro torres redondas y un puente levadizo. Y también los veranos que pasaba en otro palacio del 1400, hecho en forma de U, con tres pisos, lleno de muebles antiguos y objetos preciosos.

La gobernanta la ayudaba a vestirse y a estudiar, la peinaba y la acompañaba a todos lados, le enseñaba el protocolo y le marcaba los errores. "Acuérdense que ustedes son príncipes Gonzaga", les decía su tía en las rondas de entrecasa. Y en las fiestas estaban en el ojo de la tormenta: el mundo miraba los mínimos gestos de la nobleza, y ellos debían guardar las formas en todo momento.

La princesa Isabella era de una belleza majestuosa, una mezcla de Grace Kelly y Catherine Deneuve. Tuvo su fiesta de 15 años en el Gran Hotel de Roma. Asistieron figuras de la aristocracia europea, y en sucesivos bailes debió cuidarse mucho: los galanes la perseguían día y noche, y había que mantenerlos a raya.

Tuvo con uno de ellos una galantería y apareció ese mes en una revista del corazón. En una recepción de la caballería, dos húsares que también eran príncipes trataron de tocarla bajo la mesa y ella tuvo que sacarlos carpiendo y volvió a casa llorando. Se enamoró de un joven de 17 años que tiraba piedras a su ventana, y mantuvo un largo romance a espaldas de su madre, que lo desaprobaba porque era hijo de dos divorciados. A los dos años y medio, Isabella le preguntó si se iba a casar con ella. El muchacho le respondió que tenía que pensarlo. Después la llamó por teléfono y le dijo: "Te quiero mucho, pero le temo al matrimonio". Isabella le respondió: "Te veo en una hora en tu garaje". Isabella llegó y lo llenó de bofetadas, regresó luego a casa y se emborrachó con una botella de vodka.

Llevaba una vida aburrida y severa, entre oropeles y algodones, marcada por los deberes y pareceres, en castillos como jaulas, en ambientes teatrales. Máscaras de una vida triste y vacua. Se fue a esquiar a Suiza y en Saint Moritz conoció a Hans, el hijo de un alemán que para no vestir el uniforme nazi había huido a la Argentina.

Que había empezado de abajo, desde el Hotel de Inmigrantes, y que había sido tendero de una ciudad inimaginable para la princesa: Rosario. Luego había ascendido, sin ni siquiera ser contador, hasta llegar a ser gerente financiero de una empresa y hasta miembro del Banco Mundial. Hans era un rubio bronceado de ojos celestes, ingeniero industrial recibido y turista primerizo en esas pistas. Isabella lo conoció en el hospital local: él se había clavado un bastón y ella tenía una infección en el labio. Algunas mañanas después, él se ofreció a cargar con sus esquíes. La derritió con sus silencios, en esos diez días en los que por primera vez en toda su existencia no había vigilantes, ni gobernantas ni nada arreglado. La libertad parecía maravillosa y aquel hombre, un dios rubio.

Cuando las vacaciones terminaron, Isabella fue a despedirlo al andén. Hans caminaba de un lado a otro, nervioso por algo que ella no podía imaginar. Estaba cursando un máster en Alemania y tenía que partir ya mismo. Se separaron con un beso en la cara y él subió al tren y se asomó por la ventanilla. Su rostro estaba tenso y lívido. "¿Me tenés que decir algo?", le preguntó la princesa. "Te amo", le respondió él mientras arrancaba la formación. "¡Podrías habérmelo dicho antes!", le gritó Isabella y su voz se perdió, y se largó a llorar.

Quince días después Hans viajó a Roma y pidió permiso para sacarla a pasear. Pasearon de noche, comieron pizza y se sentaron en una ruina del Coliseo a ver la luna. Hans entonces le hizo una pregunta: "¿Te casarías conmigo?". E Isabella Gonzaga tuvo una arcada y vomitó la cena. "Qué bonito efecto que te produzco", le dijo el argentino.

Tardó otros 15 días en regresar a la capital de Italia. Isabella, completamente enamorada, comenzó a rezarle una novena a Santa Rita: "Que no se asuste, que no se asuste". Al llegar, el ingeniero pidió la mano, y la princesa Luisa, jefa de la familia, le hizo una pregunta sincera: "¿Y usted quién es?". Hans se quedó petrificado. El, en esos términos, no era nadie. Lo sometieron a un interrogatorio policial, y al final le dieron permiso para que los novios se vieran. En paralelo, Luisa pidió ayuda a la Nunciatura Apostólica, y los agentes de la Iglesia comenzaron a investigar a la familia de Hans. También intervinieron, en la pesquisa, tres ex embajadores argentinos ante el Vaticano. Los resultados fueron buenos: Hans era quien decía ser y no había nada oscuro ni inconveniente en la historia de sus padres.

Isabella y su madre viajaron a Alemania y allí se fijó la fecha de compromiso. "¿Querés un anillo?", preguntó el novio. No sólo correspondía un anillo; los ritos de la nobleza exigían una sortija de la familia. Como aquella familia argentinizada no tenía abolengo ni escudo, madre e hija fueron a una joyería y eligieron un zafiro. Hans tuvo que gastar todos sus ahorros y vender los esquíes, la afeitadora, la filmadora y la cámara de fotos para pagarlo.

Luego el novio fue recibido en el castillo de los Gonzaga. Allí lo encerraban, según la tradición, todas las noches en una torre para que no hubiera contacto carnal con la prometida. La torre se abría de mañana y se clausuraba al anochecer, cuando el sereno le decía al ingeniero: "Bueno, voy a cerrar". Y esperaba que se metiera solo en el cuarto.

La boda se llevó a cabo en el gran salón y hubo cuatrocientos invitados. Había diplomáticos, políticos, sacerdotes y toda clase de nobles, aunque algunos parientes se negaron a asistir al evento porque Hans era un plebeyo. Sirvieron trucha salmonada, y los recién casados escaparon después de las cinco de la tarde. Tomaron un helado en Piacenza, durmieron en Génova y recalaron en Portofino. Al ver por primera vez a un hombre desnudo, la princesa volvió a vomitar de los nervios. Su madre la llamó para preguntarle cómo le había ido. "Sos la misma estúpida de siempre", le respondió al enterarse. Luisa, que había contraído un matrimonio combinado, apostaba en su interior por aquellos jóvenes vírgenes e irresponsables.

Llegaron en barco a Buenos Aires en 1964. Isabella dejaba atrás su vida de princesa y comodidades, había renunciado a todo por amor, e iba a un país exótico y desconocido, donde ni siquiera tenía una amiga. Hans entró a trabajar en una fábrica de celulosa y los tortolitos ocuparon un departamento de dos ambientes en Zárate. La primera vez que el ingeniero partió hacia la fábrica, Isabella se puso a llorar. No tenía gobernanta ni mucama, no sabía cocinar ni usar la escoba, y jamás había vivido en un lugar tan estrecho. Enseguida le mandaron ocho cajones con cincuenta kilos de regalos de boda y tuvo que dejar todo en la Aduana porque no tenía dónde meterlos.

De Piacenza a Zárate, del palacio y el castillo al departamentito, de los lujos a la austeridad, de las ocupaciones principescas a los días vacíos en los que, como Penélope, aprendió a esperar y a tejer.

Esa fórmula signaría toda su coexistencia: Hans estaba obsesionado con el trabajo y ella se sentía eternamente abandonada. "Lo hago para darte lo mejor", se defendía Hans. Isabella se había convertido en una espartana: no necesitaba nada que no fuera la atención de su marido. Tuvieron hijos y, con los años, se mudaron primero al barrio de Belgrano y después a San Isidro. Pero la princesa sólo se sentía verdaderamente dichosa cuando Hans y ella se iban de vacaciones y podían estar juntos un largo tiempo. El resto eran paralelas que no se tocaban, una travesía de silencios e incomunicación. "Era tan bueno ?me cuenta en esta casa de Victoria, donde ahora está tomando un té?. Era tan bueno que no tuve corazón para hacerle el mal separándome".

Siente la princesa que libró una lucha contra el trabajo de Hans, y que ella perdió esa guerra. Hans, que era íntegro y amoroso, no sabía demostrar el amor. "Una vez, en la intimidad, le imploré que me dijera algo dulce ?me explica?-. ¿Algo dulce, algo dulce?, se preguntaba él, como desarmado. No sé: ¡Miel!" Era parco el ingeniero, muy poco demostrativo, y ella pasó años tratando de penetrar en la coraza de ese hombre que la amaba sin poder expresarlo. Cuando a los 65 años, con un cáncer de pulmón, estaba agonizando, él le dijo a ella algo extraño: "Qué linda familia que tengo". Isabella cayó de rodillas: había estado esperando más de treinta años ese simple veredicto. Al día siguiente Hans, el amor de su vida, murió. Y ella fue viuda para siempre.

Habían vivido juntos un atípico cuento de princesas, habían repechado la escalera de la vida y el dolor, y también habían sobrevivido, en la década del ?70, a la muerte accidental de una hija: Eleonora, de dos años, que cayó en una pileta de natación y se ahogó. Cuando estaban en el cementerio, aquel día tan lúgubre de 1976, y se abrazaban sin consuelo, Isabella había sacado de adentro el espíritu épico de su familia: "Hans, respondamos a esta muerte con más vida", le dijo. Y a los cuatro meses volvió a quedar embarazada.

El año pasado voló a Italia porque su madre cruzaba los últimos días. La princesa Luisa tenía 105 años, y se despedía acariciando su mano y diciéndole una y otra vez: "Isabella, Isabella". Fueron dos funerales fastuosos. El alcalde de Roma envió flores y condolencias, y los acompañó en las exequias la princesa India, que es hija del rey de Afganistán. También cardenales, nobles y empresarios. Después viajaron con el ataúd a Piacenza y le dieron la última misa en el mismo lugar donde Isabella se había casado con Hans. Finalmente, la colocaron en la cripta familiar, donde Luisa comparte la eternidad con sus gloriosos antepasados. Isabella había elegido otra vida y otro país. Podría haber pertenecido incluso a la elite de Buenos Aires, pero se había negado. Prefería aquella clase media, donde había criado a sus cinco hijos y donde había formado amistades profundas, libres de todo interés.

Cuando volvieron del sepelio, Isabella y sus primos se reunieron en el castillo y recordaron entre esos muros solemnes los viejos tiempos. La princesa estaba apenada y venía del llanto, pero sentía una extraña paz interior. Ahora tenía que seguir adelante. Como siempre. Una Gonzaga no se rinde nunca.
El personaje
ISABELLA GONZAGA
Abandono la nobleza por amor a un argentino

Quién es : la princesa de una de las familias más importantes de la nobleza europea. Su padre y su abuelo fueron grandes héroes de la Primera y Segunda Guerra mundiales.

Qué pasó : conoció a un ingeniero argentino en Suiza y abandonó los castillos y palacios para venirse a vivir en un departamento de dos ambientes en Zárate.

Su familia : tuvo seis hijos. Ferdinando, Maximiliano, Federico, Eleonora, Josefina y Diego. Eleonora murió a los dos años ahogada en una pileta de natación.

Fuente:http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1176389

Europa del Este



Navegando por la web, me tope con un Blog muy interesante (solo en ingles) que hablaba de las ayudas disponibles en internet para los que buscan en paises como:
Austria, Croacia, República Checa, Rusia, Alemania, Hungría, Lituania, Polonia, Rumania, Ucrania, etc.

El sitio se llama Federación de Europa del Este las Sociedades de Historia Familiar (FEEFHS) y les cuento un poco para quienes desean visitar la pagina.


 Fue organizada en 1992 como una organización que promueve la investigación de la familia en Europa oriental y central, sin distinciones étnicas, religiosas o sociales. Proporciona un foro para individuos y organizaciones enfocadas en un solo país o grupo de personas para intercambiar información y actualizarse sobre los avances en el campo. Si bien todo sirve a los intereses de los norteamericanos en la localización de sus linajes de nuevo a un país europeo, que acoge a los miembros de todos los países.

http://www.feefhs.org/

Paises que abarca
: | Albania | Armenia | Austria | Belarus | Bosnia | Bulgaria | Croatia
Czech Republic | Denmark | Estonia | Finland | Georgia | Germany | Greece | Hungary
Kosovo | Latvia | Lithuania | Macedonia | Moldova | Montenegro | Norway | Poland
Romania | Russia | Serbia | Slovakia | Slovenia | Sweden | Switzerland | Ukraine
East Europeans in Other Countries

Regiones: Banat | Bukovina | Carpatho-Rus' | Galicia

Grupos etnicos y religiosos: Germans from Russia | Hutterites | Jewish | Mennonites

Noticias Family Search


FamilySearch y sus voluntarios esperan tener transcripto más de 325 millones de nombres a finales de 2009, apenas tres años después de que se organizara el programa de indexación en línea.

El hito fue un número que parecía imposible de alcanzar en un período tan corto de tiempo. En 2006, unos pocos miles de voluntarios indexaron sólo 11 millones de nombres. Pero gracias a los continuos avances en tecnología y un creciente número de voluntarios - más de 100.000 en los cinco continentes – se estima que medio millón de nombres son procesadas cada día.

A ese ritmo, Paul Nauta, gerente de asuntos públicos de FamilySearch, espera que 500 millones de nombres se transcriben a finales de 2010.

Y sin embargo todo este trabajo apenas hace mella en los grandes archivos de documentos históricos de todo el mundo, que crecen en más de 100 millones de registros (cada uno con varios nombres) cada año.

"No nos estamos poniendo al día," dijo Nauta. "Es el mantenimiento de archivos solamente, hay más registros creados en un año de lo que podríamos microfilmar en los años con los que contamos de la tecnología actual."

Para acelerar el trabajo de toma de poner registros históricos disponibles en línea, FamilySearch está continuamente tratando de mejorar las tecnologías actuales y buscando nuevos voluntarios dedicados.

Con el tiempo, la familia de la iglesia mormona, el Departamento de Historia, ha desarrollado nuevas formas de conservar los registros no sólo lo más rápidamente posible, sino tambien a la más alta calidad posible. Esto ha dado lugar a las cámaras digitales especialmente diseñadas, la tecnología de escaneo innovadoras, y nuevos programas informáticos.

"No es necesariamente que queremos ser pioneros en este campo y esta tecnología", dijo Nauta. "Pero nos vemos obligados a hacerlo".

(Para leer la Noticia completa
                                            .http://www.mormontimes.com)


viernes, septiembre 18

Más imagenes digitales en Record Search

FamilySearch acaba de poner imagenes digitales en su sitio de Record
Search. Ahora los que tienen antepasados del estado de Tlaxcala,
México y de Tucuman, Argentina ya pueden buscar por ellos en linea.

* Tlaxcala, México - son los registros civiles (nacimientos,
matrimonios, y defunciones) para los municipios de: Barrón
Escandón, Calpulalpan, Chiautempan, Santa Cruz Tlaxcala, Tlaxcala
(ciudad), y Zacatelco. Los otros municipios vendrán mas adelante. La
colección cubre los años 1867 a 1937.

* Tucumán, Argentina - son registros parroquiales (bautismos,
matrimonios, y entierros/defuncion es) para la ciudad de San Miguel de
Tucumán - los otros pueblos vendrán más adelante. La
colección cubre los años 1727 a 1949.

Para encontrar las colecciones -

http://pilot. familysearch. org

en la pagina principal tiene que pinchar en el enlace que dice

"Browse our record collections"

luego pinche en el mapa y encontrar la colección que desea.



Los primitivos dueños de La Recoleta

Los Basurco y Herrera

Los primitivos dueños de la Recoleta, San Telmo y otras valiosas tierras de extramuros

Si hoy hiciéramos un estudio completo de los títulos de los terrenos de nuestra ciudad de Buenos Aires, encontraríamos que en el siglo XVIII miles y miles de solares llevan un nombre en común: Basurco y Herrera. El apellido ha quedado grabado en los títulos de la Catedral y en los expedientes de la iglesia del Pilar o del parque Lezama, y en la mayoría de las escrituras originales de tierras de los barrios de Recoleta, San Telmo, Barracas o La Boca. Este clan familiar, entroncado con gobernadores, militares, funcionarios, contrabandistas, obispos y hacendados, no tuvo descendencia y se extinguió en 1770 cuando murió soltera doña María Josepha Basurco y Herrera.


Por Maxine Hanon *
Orígenes familiares

La familia descendía, por vía materna, del general Juan Tapia de Vargas, un peninsular que había llegado a América en 1608 y al Río de la Plata en 1613. Mientras actuaba en diversos cargos como teniente general de gobernador, oficial de la Inquisición, justicia mayor o alférez real, el general iba recibiendo mercedes en tierras y amasaba una cuantiosa fortuna que incluia cincuenta y cuatro esclavos. Tanto que en pocos años llegó a ser uno de los vecinos más ricos de la aldea de La Trinidad. Y si bien tenía un enorme prestigio, tuvo también sus detractores. Así, Hernandarias lo condenó por contrabando y un hijastro lo acusó de robar su legítima herencia de Leonor de Cervantes -la rica viuda de Bracamonte con la que se había casado en esta ciudad- diciendo que al tiempo de su matrimonio tenía tres mil pesos que había perdido en el juego la noche anterior a la boda. En fin, rencillas de pequeña aldea que el influyente Tapia de Vargas logró resolver con éxito.

Habiendo enviudado de doña Leonor, casó en segundas nupcias con doña Isabel de Frías Martel, hija del gobernador del Paraguay Manuel de Frías y de Leonor Martel de Guzmán. Isabel descendía de los primeros pobladores de Buenos Aires, siendo nieta de aquel don Gonzalo Martel de Guzmán, hidalgo y noble, a quien Garay, en el acto de fundación, designó primer alcalde de segundo voto.

No tuvo hijos, pero educó prolijamente a las cuatro hijas que quedaron del primer matrimonio de Tapia: Isabel, a quien desposó con don Felipe de Herrera y Guzmán para procrear dieciocho hijos; Josepha y Leonor, destinadas a monjas del monasterio de Santa Teresa en Córdoba; y Juana, que casó con el Oficial Real Agustín de Lavayén y fue madre de María, casada a su turno con el toledano Juan de Herrera Hurtado.

Juan Tapia de Vargas murió allá por 1644. Isabel de Frías Martel lo sobrevivió treinta y cinco largos años, pero al parecer no se dedicó a vestir santos sino que siguió los pasos de su difunto marido, convirtiéndose en una notable empresaria que administraba personalmente sus cuantiosos bienes -propios y heredados de su esposo- que incluían cinco suertes de chácras en los Montes Grandes (comprendiendo el hoy barrio de Recoleta), varias manzanas en el alto de San Pedro, tierras de ensenada junto al Riachuelo y vastísimas estancias pobladas de hacienda tanto en Jujuy como en Buenos Aires. El historiador Gammalsson da como ejemplo de su actividad un contrato de fletamento que concertó en 1653 para el traslado de unas diez mil cabezas de ganado desde sus estancias de Buenos Aires a las de Jujuy. (1)

En sus últimos años, Isabel vivió en la casona familiar a espaldas de la Catedral (San Martín y Bartolomé Mitre) con su nieta política María de Lavayén y su marido Juan de Herrera Hurtado (2). Y fue la madrina de la primera hija del matrimonio, Juana, nacida en 1672. Después vendrían varios niños más (3), pero a la hora de hacer testamento en 1679 doña Isabel instituyó como única heredera a Juana de Herrera Hurtado y Lavayén a quien benefició por ser su ahijada de bautismo y confirmación "y por el mucho amor que le tengo". (4)

Las propiedades heredadas por la pequeña pasaron a ser administradas por su padre, Juan de Herrera Hurtado, albacea de la testamentaria, quien las incorporó al paquete de sus ya cuantiosos bienes familiares, olvidando con el tiempo que ciertas propiedades pertenecían a una sola de sus hijas, por derecho propio.

La herencia de Juana de Herrera

Juana de Herrera y Lavayén era muy chica cuando la fortuna golpeó a su puerta sin que ella lo supiera. Tenía siete años, muchos hermanos y un recuerdo borroso de "madrina", aquella anciana dulce recluida en las alcobas más silenciosas de la casa de la Catedral.

Como el dinero era cosa de "grandes" -y especialmente de hombres-, en casa de los Herrera los niños jamás vieron una moneda, salvo aquellos reales que justamente "madrina" les entregaba en gran ceremonia el día de su santo: "para su dote, m'hijita". Por eso, el día que Padre la notificó formalmente que el capitán de caballos coraza don Francisco de Basurco sería su esposo, Juana también se anotició a medias de que ella era la heredera de la borrosa anciana de su infancia.

Así, en 1697, recibió en dote y "en satisfacción de la herencia que le dejó Doña Isabel Martel" (5) $ 9.805 y 6 reales en diversos bienes, incluyendo la mitad de la casa familiar, unas 1.400 mulas, alhajas, muebles, telas, alfombras, vajilla, ropa y esclavos, pero ninguna suerte de chacra ni estancia. Vale aclarar que la falta del señor Herrera Hurtado no era demasiado grave porque en aquel tiempo valían mucho más los ganados, una casa o bienes muebles que chacras y estancias.

Pocos años después, fallecía Herrera Hurtado y el remanente de las propiedades se repartió entre todos los hijos. Juana recibió "dos suertes de tierras en el paraje que llaman Los Ombúes, media legua río arriba de esta ciudad” (6) (hoy Recoleta) y su hermana menor -Gregoria-, casada con don Fernando de Valdés e Inclán (7), recibió en dote y herencia trescientas varas de tierra en lo que había sido la quinta suerte de chácara en el repartimiento de Garay. Fue este matrimonio, con el beneplácito de toda la familia, quien autorizó allá por 1708 que en el monte más alto de sus tierras silenciosas y apartadas se instalaran los frailes recoletos, recién llegados al país.

El reclamo de los bienes

Nuestra Juana recién comenzó a indagar en el asunto de su herencia luego de las muertes de su padre y de su marido, que falleció en Salta en 1712. Del brazo de su hijo mayor -Juan Francisco- visitó notarios, revisó testamentos y papelería, y finalmente inició expediente para que el Cabildo la declarara heredera universal de Isabel de Frías Martel. Supo entonces que la amable anciana de su infancia había sido una de las mujeres más ricas del pueblo.

Le tocó por tanto la difícil tarea de reclamar a hermanos y demás deudos los bienes mal heredados. Recuperó varios inmuebles, pero no la cría del valiosísimo ganado, ni las ricas telas que vestían a sus hermanas ni las alhajas con que se adornaba toda la familia. Tampoco recuperó -ni quiso- las tierras maldonadas por su hermana Gregoria a los recoletos, pero éste fue un asunto que trajo larga cola porque medio siglo después el albacea de su hija cedería el derecho sobre aquellas tierras a un abogado astuto, don Facundo de Prieto y Pulido, quien logró despojar a los frailes de la mayoría de sus terrenos. Vale aclarar que las tierras pertenecientes al convento de los Recoletos comprendían una enorme fracción aproximadamente ubicada entre las actuales calles Libertador, Junín, Arenales y Azcuénaga; y que luego de un larguísimo juicio se redujeron a lo que hoy conocemos como iglesia del Pilar, Centro Cultural y cementerio de la Recoleta.

Lo cierto es que a su muerte, en 1740, doña Juana de Herrera dejó a sus cuatro hijos la casa de la Catedral, compuesta de doce cuartos y dos salas, varias estancias en los Arrecifes que sumaban unas veinticuatro leguas de frente, numerosos terrenos en el Alto de San Pedro (incluyendo el que hoy corresponde al Parque Lezama), unas ochocientas varas de frente en el Riachuelo, 16 esclavos, muebles, plata labrada, joyas y las cinco suertes del Monte Grande, ya por entonces conocido como el "paraje de la Santa Recolección". De acuerdo con las costumbres de la época, Juana dispuso por testamento mejorar a su única hija, María Josefa, con un tercio y el remanente del quinto de sus bienes.

La tasación de los bienes sucesorios muestra algunos datos interesantes sobre los valores económicos relativos de mediados del siglo XVIII: las tierras de estancia en los Arrecifes fueron valuadas en total por algo más de 43.000 pesos. Las cien manzanas actuales, poco más o menos, que le quedaba a la sucesión en el actual barrio de la Recoleta, se tasaron en 600 pesos. Las tierras para chacra al sur de la ciudad, junto al Riachuelo, tenían un valor equivalente a las del norte. La casa familiar se tasó en $ 7.500. Los esclavos, dependiendo de sus edades y condiciones, se valuaron entre $ 150 y $ 300 por cabeza (salvo una mulatilla sorda y muda de unos 12 años cuyo valor se fijó en $ 50). Entre los bienes muebles, la cama de jacarandá de doña Juana se tasó en $ 150, un par de zarcillos con cruz de diamantes, en $ 40, y los doce cojines de terciopelo en $ 60. Aunque debemos tener en cuenta que estos valores no son precios de venta sino tasaciones a los efectos de una adjudicación de bienes, no cabe duda de que en 1745 pocas cosas tenían menos valor en Buenos Aires que un terreno despoblado en el actual barrio de la Recoleta.

Los Basurco y Herrera

Juana de Herrera Hurtado y el vasco Francisco de Basurco (8) tuvieron cinco hijos (uno muerto en la infancia). Vivían en la vieja casa de los Tapia de Vargas a espaldas de la Catedral, sobre la calle de la Compañía (San Martín) donde hoy está el presbiterio de la iglesia. La propiedad constaba de doce cuartos y dos salas, adornados con muebles de jacarandá, cuadros religiosos enmarcados en plata labrada, colgaduras de damasco y cojines de terciopelo con franjas de oro. Como la importancia de las familias de aquel entonces se medía en número de esclavos, destaquemos que en 1744 vivían en aquella casa veinticinco esclavos y veinte agregados.

El mayor de los hijos, Juan Francisco, fue militar, funcionario del Cabildo, empresario y posiblemente el hacendado más importante de su época (9). Murió soltero en 1754, dejando como herederos a sus hermanos Joseph Antonio y María Josepha.

El segundo, Joseph Antonio, nacido el 2 de junio de 1705, doctorado en cánones y leyes en la Real Universidad de San Javier de Chuquisaca, fue abogado y luego trocó la toga por el hábito. Su carrera sacerdotal culminó en 1757, cuando fue designado obispo de Buenos Aires, cargo que ejerció recién en 1760 y sólo hasta 1761, cuando murió en la casa de los obispos. Recordado por su generosidad, fue gran propulsor de la Catedral, a la que dejó sus bienes (10) y amplió con los terrenos de la casa de sus mayores (11). Como curiosidad, agregamos que entre sus legados testamentarios a nuestra Catedral figuran dos negros clarineros, Andrés y Juan, con cargo que los días jueves tocaran los clarines durante la misa del Santísimo Sacramento.

El tercer hijo de doña Juana, Miguel Antonio, se doctoró también en leyes y cánones, actuando como cura de Arque en la provincia de Cochabamba.

La cuarta y única hija del matrimonio fue María Josefa, que nunca se casó, porque no hubo candidato aceptable, porque debió cuidar de su madre o simplemente porque se le fue pasando la hora. Soltera quedó y, como corresponde, se dedicó a vestir santos. Según una resolución de diciembre de 1749, el Cabildo le confirió el alto honor de vestir al santo patrono para la fiesta de San Martín de Tours (12). Soltera, muy rica y muy relacionada con los quehaceres de la vecina Catedral de Buenos Aires, seguramente llevaría una vida monótona entre misas, novenas, santos y obras de caridad.

Después de la muerte de su hermano mayor, María Basurco debió dejar las novenas para ocuparse de sus propios bienes y de los negocios que había dejado Juan Francisco. Fue entonces cuando apareció en su vida un personaje que la subyugaría para siempre: el señor doctor Juan Baltasar Maziel, santafesino, sacerdote, abogado v hasta poeta.

El señor doctor don Juan Baltasar Maziel

Veamos quién fue este señor a quien la Basurco llamaba "hijo" y que tuvo una notable influencia en Buenos Aires entre 1760 y 1780. Si nos guiamos por lo que de él escribieron el Deán Funes, Juan Probst, Juan María Gutiérrez o Ricardo Piccirilli (13), diremos que nació en Santa Fe en 1727, en una familia de antiguo linaje; que fue educado por los jesuitas con una sólida base humanística; que cursó estudios universitarios en Córdoba, distinguiéndose por su talento y su virtud; que se doctoró en leyes en Santiago de Chile; que en Buenos Aires intervino como brillante abogado en los asuntos permitidos a los sacerdotes, llegando a ser el hombre de consulta de las autoridades civiles, eclesiásticas y de los particulares; que fue designado en altos cargos eclesiásticos por los obispos Marcellano, Basurco y De la Torre, su amigo y protector; que tuvo una influencia decisiva en los negocios de la Iglesia entre 1766 y 1776; que fue cancelario y regente de los reales estudios en el Colegio de San Carlos y gran propulsor de los estudios superiores en Buenos Aires, en cuyo Real Colegio Convictorio Carolino enseñó y gravitó por su saber y el ejemplo de su vida. Que, en fin, fue el maestro de la generación de Mayo.

Si, en cambio, le creemos al padre Guillermo Furlong, que investigó su vida y obra, deberemos decir que: "Sus contemporáneos, por intereses y compromisos del momento, exaltaron la figura de este sacerdote y, aun hoy día, hay quien se hace eco de aquella nombradía sin fundamento y de aquella gloria sin base, pero la figura de Maziel es desagradable y su acción es tortuosa e intrigante. Lejos de haber sido 'el maestro de la generación de Mayo', como pomposa y gratuitamente se le ha tildado, apenas llegó Maziel a ser uno de los tantos maestritos, sin ideas firmes, sin línea de conducta rectilínea, sin ambiciones fuera de las exclusivamente personales. Talento no le faltaba y tuvo oportunidades de hacer uso del mismo, pero su pereza intelectual le dominó, a una con su afán de figuración". (14)

Después de analizar sus escritos, continúa el padre Furlong, "...un orgullo incontenido lo llevó a malquistarse la voluntad de todos los hombres de valía, y su espíritu inquieto y camorrero le llevó al lado de todos los hombres más impopulares que hubo en el Río de la Plata. Aunque el hecho de ser santafesino y el haber sido discípulo de los jesuitas y amigo de Francisco Javier Iturri, nos inclinaba a simpatizar a priori con Maziel y a buscar cómo justificar sus errores, hemos preferido exponer la verdad: en su vida inquieta, filibustera e indisciplinada, no tuvo paz consigo ni con los demás, y así esterilizó los grandes dones con que la naturaleza le había dotado". (15)

¿Pero qué tiene que ver el doctor Juan Baltasar Maziel con Basurco? Veamos. Cuando llegó a Buenos Aires, allá por 1756, era un joven y desconocido doctor en leyes y cánones a quien la Real Audiencia de La Plata le había permitido ejercer la abogacía en los asuntos permitidos a los sacerdotes: asuntos de la Iglesia y defensa de los pobres. Ya instalado en nuestra ciudad, y reconocido su título por el Cabildo, Maziel se dedicó a ejercer su profesión y no precisamente con los pobres sino con personas acaudaladas, como María Josefa Basurco, que le confió sus cuantiosos asuntos como administrador y abogado.

Muchos años después, el comerciante Domingo Belgrano Pérez atestiguaría en un juicio que cuando visitaba a su compadre, el Dr. Maziel, éste solía decirle que estaba ocupado con los asuntos de María Basurco, y que las defensas de Maciel le redituaron a la Basurco posesiones de "bienes considerables, de que carecía antes de la enunciada defensa, subsistiendo después en una opulencia tal que se consideraba en su clase la más acomodada de esta ciudad". (16) A su vez, Josefa Aldao de Lavardén atestiguaría en 1792 que "Doña María Basurco debería el goce de mucha parte de su caudal a la literatura, valimiento y extraordinaria diligencia del finado Maciel". (17)

En un principio estas defensas indebidas -y apasionadas- le acarrearon sanciones y lo obligaron a refugiarse temporariamente en Santa Fe. Al volver a Buenos Aires quiso conquistar la silla magistral de la Catedral que se encontraba vacante y falló en su intento, pero logró que el obispo Marcellano y Agramont lo nombrara examinador sinodal. Mientras tanto seguía ocupándose de los asuntos de María Basurco -a quien ya llamaba "madre"- y ella en retribución le pagaba sus viajes, lo vestía y lo alimentaba. Belgrano Pérez decía que Maziel frecuentaba la casa de la Basurco "como si fuese la suya propia" (18) y cuando lo encontraba en la calle solía decir “vengo de ver a mi madre". En su mesa Maziel conoció e intimó con todos los grandes señores de la época, como los Altolaguirre, los Basavilbaso, los Lavardén, los Warnes o los Azcuénaga. Fue doña María quien lo recomendó a José Antonio Basurco cuando éste llegó a Buenos Aires en 1760 para asumir su cargo de obispo. A partir de entonces la carrera de Maziel fue consolidándose hasta llegar a ser la mano derecha del obispo De la Torre, con el pomposo título de examinador de Cánones y Leyes de la Real Universidad de San Felipe del Reyno de Chile, abogado de su Real Audiencia y de la de Charcas, comisario del Santo Oficio de la Inquisición, canónico magistral de la Santa Iglesia Catedral, provisor vicario, y gobernador general del Obispado del Río de la Plata en Buenos Aires.

En 1760, cuando María Basurco cedió la casa familiar a la Catedral, retuvo un terrenito de su fondo sobre la hoy Bartolomé Mitre, donde levantó una casa para que allí viviera con comodidad su querido Maziel. Ella se mudó a otra residencia sobre la misma calle de la Catedral, situada una cuadra hacia el norte, que había sido la última morada de sus tíos Gregoria de Herrera y Fernando de Valdés e Inclán.

Entre los muchos regalos que María Josefa Basurco hizo a Maziel hubo uno muy especial: la cuadra frente a la Plazuela del Convento de los recoletos, entre las hoy Quintana y Alvear, con barranca y vista al río. No una cuadra cualquiera sino justamente aquélla que desde antaño los frailes le venían pidiendo para ampliar su plazuela.

Maziel zanjó la propiedad y comenzó a construirse una casa; el síndico de los recoletos le respondió con un juicio de límites. Maziel contrató entonces los servicios de su amigo el procurador don Facundo de Prieto y Pulido a quien, luego de la muerte de María Josepha, le pagó con el derecho sobre todas las tierras que ocupaban los recoletos, y todos juntos iniciaron el pleito más escandaloso del siglo XVIII, que duró treinta largos años.

La herencia de doña María

La anciana doña María Josefa de Basurco y Herrera no ha dejado retrato para la historia. Sin embargo, podemos imaginarla una matrona morena, alta, erguida, severamente vestida de negro y acostumbrada a ser llamada "Mi Señora doña María", la que manda.

En 1770, año de su muerte, su última morada de la calle de la Catedral a dos cuadras del Fuerte, era un santuario poblado de imágenes ricamente ataviadas y retratos de santos encuadrados en marcos de plata labrada. Su mesa, servida por esclavos de punta en blanco, era pomposamente presidida ya por el Obispo de la Torre, ya por el poderoso doctor don Juan Baltasar Maziel, que la llamaba "madre". A su diestra solían sentarse los Ministros Reales y los grandes señores de su época, como los Altolaguirre, Basavilbaso, Medrano o Lavardén.

Jamás estaba sola: además de los curas que gozaban de sus generosos favores y aguardaban sus promesas de capellanías, rodeaba su vejez una legión de parientes y amigas que con el pretexto de cuidarla espiaban las libretas donde ella prolijamente anotaba, desanotaba, agregaba y tachaba los legados que cada uno recibiría después de sus días. Y en las cocinas su ama de llaves, la parda Escolástica, y un enjambre de criados, que habían nacido en la familia, cuchicheaban sobre a quién no y a quién sí le tocaría la libertad, acompañada si acaso de un terrenito.

Murió doña María el 24 de octubre de 1770 (19) y todos recibieron algo, pero nadie obtuvo demasiado. Es que la misma noche en que la velaban, mientras las lloronas hacían su trabajo a la luz de los cirios iluminados en candelabros de plata labrada, el doctor don Juan Balthasar Maziel se presentó con un par de morenos para poner las cosas en su lugar: retiró de la casa la caja de fierro que guardaba los sacos de dinero, las alhajas familiares y los títulos de propiedad y se los llevó a su propia casa, aquella que le había regalado "la Señora".

Las exequias de la Basurco fueron, por supuesto, grandiosas. Acompañaban al féretro las cruces de San Francisco, Santo Domingo, Monserrat, San Nicolás, la Piedad, Concepción, la Merced; y en su entierro cantaron las comunidades enteras de dominicos y betlemitas. La sepultaron en San Francisco, y mientras su alma -única heredera universal- iba ascendiendo a los cielos, en la tierra se rezaban cientos de misas diarias por su eterno descanso.

El albacea Maziel pagaba las misas y repartía entre las iglesias -en nombre de su santa madre, ¡Dios la tenga en su Gloria!- cadenas de oro y de nácar, cruces con diamantes, rosarios con cuentas de oro y borlones de perlas y zarcillos de oro para adornar a Nuestras Señoras; varas de tisú de plata y de brocado azul para vestir a las santas; piezas de plata para coronar las sagradas imágenes; sortijas con brillantes y perlas para la custodia del Santísimo Sacramento; y, por fin, espejos, alfombras, marcos de plata y arañas de cristal para iluminar las oscuras iglesias.

Los parientes, amigos y criados se quedaron sin alhajas, pero recibieron sus piezas de plata, legados de dinero y tierras. Porque tierras eran lo que le sobraba a la difunta y muchos pudieron hacer alarde de las quintillas que en las inmediaciones de la Recoleta les había dejado doña María, que en paz descanse. El legado mayor se lo llevó el notario ecle¬siástico, don Antonio de Herrera y Caballero, en nombre de sus hijas y cuñadas, las señori¬tas Izaguirre, sobrinas lejanas de la difunta, que recibieron buena parte de las tierras que Basurco había dejado en el sur y norte de la ciudad.

Con la muerte de María Josefa se extinguió la familia Basurco y Herrera, a la que Buenos Aires le debe buena parte de su Catedral y, de alguna manera, la iglesia del Pilar y el Conven¬to y cementerio de la Recoleta.

Notas:

1 Gammalsson, Hialmar Edmundo, Los Pobladores de Buenos Aires y su Descendencia, M.C.B.A, Secretaría de Cultura, Buenos Aires, 1980, pág. 128.

2 El capitán Juan de Herrera Hurtado, natural de Toledo, España, era hijo de Pedro Herrera y Moncada y Juana de Herrera.

3 En su testamento del 19.9.1696 Juan de Herrera Hurtado menciona como sus hijos y herederos a Pedro, Agustín y Nicolás, Juana (bautizada el 19.2.1672), Isabel, Gregoria, Juana María, Margarita y Lucía. (AGN, IX 48-8-3, fs. 501 vta.).

4 Testamento del 9.3.1679 ante el escribano Juan Méndez de Carvajal (AGN, IX 48-6-8, fs. 29).

5 AGN, IX 48-8-4, fs. 39.

6 AGN, Testamentarias N° 4300, testamentaria de Francisco Basurco, inventario de 1713.

7 El capitán de caballos coraza Fernando Miguel Basilio de Valdez e Inclán nació el 28.9.1683 en Baesa, Jaén, España. Murió en Buenos Aires en octubre de 1743. Fue enterrado en la iglesia del Pilar (AGN, testamentaria N° 8732).

8 Francisco Basurco, natural de la Villa de Motrico, provincia de Guipúzcoa, hijo del capitán Francisco Basureo e Ibarra y de María Tomasa de Isago y Gamboa.

9 Explotaba las estancias familiares de Arrecifes. En 1740, se inventariaron allí 5.590 animales, dejándose constancia que el resto del ganado no se pudo reunir por el acecho de la indiada (Testamentaria Juana de Herrera, AGN, N° 6369) El Tte. Cnel. J. F. Basurco murió en junio de 1754. Por testamento donó sus estancias de los Arrecifes a los jesuitas.

10 El obispo Basurco y Herrera murió el 5.2.1761, siendo sepultado en la Catedral, capilla de la Señora del Carmen. Dejó como única y universal heredera a la iglesia Catedral, para ayudar a su fábrica. El legado no incluía su parte de herencia sobre la testamentaria de Juan Francisco Basureo, por tener ésta otros destinos. Por testamento fundó una capellanía de 3.000 pesos para hacer una fiesta anual con novena en la Catedral, comenzando el domingo anterior al día de la Santísima Trinidad. (Registro N° 2, 1761, fs. 3, 6.1.1761; fs. 266, 29.12.1761).

11 El inmueble de 40 varas de frente, fue cedido a la Catedral por María Josepha Basurco a instancias de su hermano el obispo quien pagó parte, del precio de $ 10.000, según documentación obrante en la testamentaria de María J. Basurco (AGN, N° 4304).

12 Actas del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, años 1745-1750, 2.12.1749.

13 Citados por Ricardo Piccirilli en Diccionario Histórico Argentino, Vol. V, Bs. As., 1964.

14 Guillermo Furlong Nacimiento y desarrollo de la Filosofía en el Río de la Plata, págs. 430-431; ver también Cayetano Bruno Historia de la Iglesia en
la Argentina, Bs As., 1970, T. VI págs. 257, 262, 289,319-320.

15 Furlong, op. cit., pág., 439. Maziel terminó sus días en Montevideo, donde lo había desterrado el virrey Loreto después de una de sus famosas intrigas. Allí murió el 2 de enero de 1788, dejando en Buenos Aires una de las bibliotecas más completas de la era colonial.

16 Testamentaria M. J. Basurco, 163 a 167 vta (AGN, N° 4304).

17 Ibidem, fs. 1 67 vta a 171 vta.

18 Ibidem, fs. 163 a 167 vta.

19 Otorgó poder para testar el 27.9.1770, gravemente enferma, ante el escribano José Zenzano, a Maziel, Domingo Alonso de la Parrota y al presbítero Juan Cristófomo de Suero, su sobrino. Años después Suero inició juicio contra la testamentaria de Maziel, reclamando algunos bienes de la Basurco, como la casa de la hoy calle B. Mitre donde vivió Maziel hasta su destierro.

* Este artículo fue publicado en “Historias de la Ciudad - Una Revista de Buenos Aires” (N° 17, Setiembre de 2002),

Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. Venezuela 842,
CPA C1095AAR - Buenos Aires, Argentina - 4338-4900 interno 7532



miércoles, septiembre 16

Parecido al culebron de la familia Rivarola

Para reirse un rato

"Junto al cadaver de un suicida se encontro una carta dirigida al Sr. Juez, en los siguientes terminos:
No culpe a nadie de mi muerte, me quito la vida porque dos dias mas que viviese no sabría quién soy en este mar de lágrimas...vera Usted...Sr. Juez
  -Tuve la desgracia de casarme con una viuda, esta tenía una hija y de haberlo sabido antes, nunca lo hubiera hecho.
Mi padre, que para mayor desgracia era viudo; se enamoró y se casó con la hija de mi mujer, de manera que mi mujer era suegra de su suegro, mi mujer mi hermana y mi hijastra, tambien se convirtio en mi madre; y mi padre al mismo tiempo era mi yerno.
Al poco tiempo mi madrastra trajo al mundo un varon, que era mi hermano y nieto de mi mujer.
De manera que yo era abuelo de mi hermano.
Como tambien mi mujer trajo al mundo un varón, que como era hermano de mi madre; era cuñado de mi padre y tio de sus hijos.
Mi mujer era suegra de su hija, y yo, en cambio padre de mi madre.
Mi padre y su mujer son mis hijos; y ademas, yo soy mi propio abuelo.!"


           Seguro que a mas de uno le es familiar la historia

El Conventillo de la Paloma

El Conventillo de la Paloma un siglo después

Por Carlos Szwarcer
Publicado en: Revista Cultural del CECAO. Año II Nº XIX. Mayo de 2004. Córdoba. Argentina.

Ya en 1853, en el Preámbulo de nuestra Carta Magna se especifica que la misma era "para los habitantes de la Nación Argentina" y "... todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino...". La exigencia de cubrir puestos de trabajo para sostener el modelo agroexportador y de expansión programada hizo que la política estatal se encaminara a incentivar la inmigración. Algunos slogans como "Poblar el desierto" o "gobernar es poblar" reafirmaban políticas tendientes a resolver las necesidades inmediatas de mano de obra y al poco tiempo, con un predominio de italianos y españoles, se inició el proceso creciente de llegada de grandes oleadas inmigratorias. El hambre, la desesperación y la falta de expectativas, consecuencia de las políticas internas de los estados europeos y de los diversos conflictos armados regionales, potenciados con la Primera Guerra Mundial, determinaron tanto el flujo como el lugar de origen de los migrantes. Durante los últimos años del siglo XIX y las primeras tres décadas del siguiente las dársenas del puerto de Buenos Aires fueron testigos de la llegada de aquellas muchedumbres de distintos países.

Villa Crespo, ubicado hoy en el centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires, pertenecía en sus inicios al ámbito del arrabal; hacia 1880 existía como extensos pastizales anegadizos que incluían unas pocas y dispersas quintas. A mediados de esa década llegaría la Fábrica Nacional de Calzado que vio conveniente la adquisición de unas 30 hectáreas en esta zona prácticamente despoblada, con terrenos baratos y un arroyo próximo, el "Maldonado", útil para arrojar los deshechos industriales. Esta industria en franca expansión respondía a la formidable demanda de calzado por el vertiginoso aumento de población, "polo de atracción" para quienes buscaban empleo, fue determinante para la conformación del nuevo barrio. La experiencia empresarial contemplaba ofrecerle vivienda a los empleados. Primero los alojaron en los edificios de la fábrica, luego construyó una gran casa de inquilinato, conocida como Conventillo El Nacional, a metros de sus oficinas centrales y, en la medida que fue necesario, se impulsaron loteos para la compra a crédito de pequeños terrenos para la edificación de casas obreras. Sin embargo, en los años siguientes este proceso derivó en la aparición, en torno al núcleo fabril fundacional, de pequeños inquilinatos que albergaban a varias familias. De tal forma el barrio fue creciendo y afianzándose con una variada población que llegaba ansiosa buscando un mejor futuro.

Desde 1890 a 1930, quedó en Argentina un saldo migratorio de más de tres millones de nuevos pobladores. De la diversidad cultural de Villa Crespo surgió una buena relación entre criollos e inmigrantes provenientes de muy diferentes lugares, la que fue manifestándose en los patios de estos conventillos o casas de inquilinato y en los cafés que fueron apareciendo, donde el "gringo" mitigaba parte del desarraigo a partir del ocio y el entretenimiento entre parroquianos de iguales costumbres

El Conventillo El Nacional, llamado también el "Conventillo de la Paloma", llegó a tener más de cien habitaciones ubicadas en cuatro cuerpos. Un pasillo extenso y angosto de una cuadra recorría internamente la manzana, con entrada por Serrano 148-156 y otra por Thames 139-147. Fue el lugar que sirvió de inspiración para el sainete más famoso del autor Alberto Vacarezza, quien había vivido en el barrio y ubicó en escena a los nuevos arquetipos que convivían en piezas, patios y zaguanes: el tano (italiano), el gallego (español), el ruso (judío ashkenazí), el turco (judío sefaradí y otras etnias procedentes del viejo Imperio Otomano), etc. La obra, que tuvo como principal protagonista a la actriz y cantante Libertad Lamarque, fue estrenada en teatro en 1929 con un espectacular éxito (más de 1000 representaciones). Su argumento se basó en los amores de una hermosa fabriquera llamada Paloma. En cine se estrenó con el mismo título en el año 1936.

A más de un siglo de la construcción de este Conventillo, los asistentes a la recorrida barrial nos preguntaban si la tal Paloma verdaderamente había vivido allí. Más allá de que la heroína tenga un correlato histórico o sea un mero mito producto de la ficción, este edificio paradigmático por donde pasaron tango, lunfardo, compadritos y cocoliche, sí es real y, después de un siglo sigue milagrosamente en pie, aunque deteriorado y con signos de depredación (su hermosa fachada de madera labrada ha sido parcialmente extraída) evidencia que cien años después sigue siendo ámbito de inmigrantes, de otros orígenes, con otras músicas y otras voces, producto de las migraciones internas, de nuestras provincias y de países vecinos.

¿Qué pasó en la Argentina en estos últimos 100 años? Hay mucho para reflexionar. Nos resistimos a creer que el tiempo pase en vano. Aparecen tristes paradojas en estas épocas en que la cybercultura o la globalización se han impuesto y se hace cada vez más necesario conservar los sitios que tienen un fuerte valor histórico para la comunidad y, obviamente, preservar las identidades que le dan sentido a cada lugar, en este caso la rica diversidad cultural del Buenos Aires cosmopolita que se recrea, tanto como el patrimonio cultural propio de cada rincón de nuestro país. Pero nuestra preocupación no pasa solamente porque edificios, costumbres o tradiciones se salvaguarden, sino porque además observamos que, contra toda lógica, nuestra Argentina de pleno siglo XXI incomprensiblemente nos remite a ciertas situaciones del siglo XIX, cuyos contenidos contradictorios nos consternan y desorientan: aún cuestionando las condiciones generales y el deplorable estado de salubridad de aquella época lejana, criollos e inmigrantes sentían entonces que una joven y pujante nación los cobijaba, que tenían trabajo y esperanza. Hoy... más de un siglo ha pasado. Llegue cada uno a sus propias conclusiones.

Los Conventillos de Buenos Aires



“A mediados del siglo XIX La Boca era un poblado de campo abierto y escasas viviendas que se desplegaban desde el Riachuelo (...) F. Latzina le reconocía ya una función activa de afirmar que “ es el barrio marítimo de la ciudad”, y añadía “Sus casas de madera situadas en terreno anegadizo, se han edificado sobre postes de un metro y más de altura, a causa de las inundaciones”..

Diseminados hacia el sur capitalino; vivienda -otra no quedaba- para los excluidos sociales a partir de 1860, fue el habitáculo permanente donde se hacinaban las misérrimas almas que caerían por ser pobres en las sucesivas epidemias de tifus, cólera y la peor de todas, la de fiebre amarilla de 1871.
Buenos Aires y Rosario se llenaron de personas que hablaban distintos idiomas: italiano, idish, francés entre otros. Incluso los italianos impusieron el cocoliche, un dialecto entremezclado con voces del sur de Italia y un esforzado castellano.
 Los que vinieron eran primero las personas corridas por la persecución social o política en sus respectivos países de origen. Llegaban desde los más recónditos lugares y había que alojarlos en alguna parte.
Así surgió el "Hotel del Inmigrante", un caserón inmenso donde por las noches recibía la visita de roedores y alimañas que hacían del lugar el propio y la despensa en donde se almacenaba el alimento -porotos o alguna otra legumbre- que harían las veces de alimento para el aguado e inspído guiso que comerían los infortunados habitantes al día siguiente.
En verdad la Ciudad no estaba preparada de ninguna manera para recibir tamaño contingente de desheredados y sueltos de la mano de Dios. Muy distinta a la que observamos hoy, sus límites llegaban hasta la actual Avenida Callao hacia el Oeste, el Riachuelo hacia el Sur, siendo muy posiblemente la actual casa Rosada su límite norte.

Había que buscar una solución a tanta improvisación de aquellos que se reunían en el Club del Progreso ubicado donde hoy está la Legislatura porteña, ex Concejo Deliberante, y en donde los preclaros dirigentes de entonces, como ahora, decidían entre unos pocos lo que les convenía a todos repartiéndose diputaciones, senadurías o ministerios.
La solución fue la remodelación de las viejas casonas coloniales, inmensas en metros cuadrados. Su refacción en infames cuartuchos, algunas veces hasta de madera o chapa, de cuatro metros por costado -cuanto más mejor resultaba el rédito al capital empleado y arrendarlos a los infortunados inquilinos de aquel infame Hotel de Inmigrantes.
Aún hoy podemos observar en el La Boca aquellos conventillos de madera y chapa y no por casualidad la primer dotación de Bomberos voluntarios nació en este barrio.
A nuestros abuelos y bisabuelos los trajeron con engaños. Les prometieron poco menos que el paraíso y acá se encontraron poco menos que con el infierno. ¡Otra cosa no eran esos infames cuartuchos que de tanto en tanto se incendiaban!
En éstos mismos se hacinaban no menos de cuatro o cinco personas, se cocinaba con braseros, se hacían las necesidades en horas de la noche y no faltaba la oportunidad donde se alojaba alguna mascota traída por solidaridad al verlo tirado por la calle. Tampoco faltaba la ocasión que se alquilara la cama por horas conviviendo con la familia que había arrendado la habitación.
Habitaban esos conventillos los más pobres entre los pobres, los más excluidos entre los excluidos en una ciudad sin la más mínima medida higiénica en las calles. Si bien en la zona céntrica las calles se alisaban con desperdicios y basura, en las cercanías del Riachuelo directamente no se alisaba y era común que la basura se amontonara en las esquinas para delicia de perros, gatos y ratas tan abandonados a su suerte como aquellos que habitaban esos tugurios de la impiedad social.

Sus habitaciones, como ya hemos dicho, de cuatro metros por costado sin ventilación alguna despertó pronto el cuestionamiento de médicos higienistas como el Dr. Wilde y Guillermo Rawson quienes, luego de la fatídica epidemia de fiebre amarilla, dijeron que dadas las condiciones sanitarias e higiénicas de la ciudad, las epidemias que se venían sucediendo desde 1860 no eran otra cosa que su consecuencia.
El matutino La Prensa inició una campaña para forzar a la municipalidad a realizar un mayor seguimiento y control de las viviendas colectivas que estaban al antojo de los propietarios de la casona y al arbitrio de sus regentes que, por unas monedas menos, toleraban un estado de cosas francamente intolerables. Una de ellas, denunció el Dr. Eduardo Wilde, era la realización de tareas anexas de los mataderos allí mismo, en esos antros, y en esos infames cuartuchos de madera y chapa: el cocido de chorizos y fabricación de morcillas eran esos menesteres.

Dadas estas condiciones en ese Buenos Aires para jolgorio de unos pocos y el sufrimiento de los más, los conventillos fueron el acompañamiento ideal de cuanta epidemia hubiera en nuestra ciudad.

Fuentes: http://www.botanicosur.com.ar/ - http://www.museodecera.com.ar/

martes, septiembre 15

Los RIVAROLA, enrredos de familia

Cuando era chica, me gustaba saber los nombres completos de mis familiares y asi fui descubriendo nombres como Eleuterio, Honoria, Ademar, Eloy, Obdulio, Eloim, Edgar, Hogan, Gesuele y Ladislada.
Hoy en dia, nombrar  a un niño con alguno de esos nombres, haria que mas de un familiar arrugue la cara.
Siempre quise saber la razon de porque se elegia llamarlos asi, tal vez  era por un santoral, un heroe de turno o un legado familiar.

Bueno, ayer descubri porque mi abuela VICENTA LADISLADA UDAQUIOLA, lleva ese segundo nombre. Lo que no sabia era que tambien iba a encontrar una historia familiar digna de un "culebron".
 Les cuento:

Su padre era ADEMAR ISAUL UDAQUIOLA y habia nacido en Rauch, Buenos Aires el 26 de septiembre 1892 y su madre se llamaba LADISLADA RIVAROLA (de aqui mi abuela hereda el nombre).
LADISLADA habia nacido en Pila, Buenos Aires el 27 de junio 1878 en la familia que conformaban ENRIQUE RIVAROLA (13 julio 1837, Ranchos) y su segunda esposa, (primero fue su cuñada), CLAUDIA RIVAROLA (7 julio 1846, Ranchos) con quien ademas compartian el mismo apellido.
Enrique era hijo de FAUSTINO RIVAROLA (14 febrero 1793, San Vicente) y MARIA LUISA PERALTA.
Don Faustino era hijo de LEANDRO RIVAROLA  y ROSA SAN MARTIN todos del Buenos Aires.

CLAUDIA RIVAROLA, la madre de Ladislada, era hija de JUAN RIVAROLA, oriundo del Paraguay y de su primera esposa MARIA CIPRIANA MANSILLA, nacida en Buenos Aires.
Juan, era hijo de  JOSE RAMON RIVAROLA y de ISABEL AYALA.

Parrafo aparte, les cuento que la segunda esposa de JUAN RIVAROLA fue la cuñada de su hija CLAUDIA, si si...una hermana de Enrique llamada Josefa Petrona. O sea que ademas de su hermana era su suegra o suegrasta??
No olvidemos que ENRIQUE tiene como primera esposa a otra hija de JUAN RIVAROLA llamada Petrona Regalda Antonia, que muere  a los 26 años, un mes despues de dar a luz a su unica hija.

Esto me trae a la memoria un cuento que lei hace muchos años en la Revista Selecciones....voy a buscarla y compartirla con ustedes...¡lo prometo!

El día que corrieron los chanchos en la Plaza de Mayo

El 25 de Mayo de 1872 hubo un espectáculo extravagante. En lugar de riñas de gallos o corridas de toros, un empresario inventó una corrida de chanchos, en la Plaza 11 de Septiembre que fue muy promocionada. La corrida atrajo un numeroso público a la plaza en donde todavía se veían gauchos auténticos y era el lugar de reunión de los dueños de carros y carretas. El cronista de La Tribuna escribió: “Llega el supremo momento y aquí entra lo bueno.

El empresario suelta un cerdito flaco y haciendo que es detenido de la cola inmediatamente por unos tantos espectadores. Viene luego un segundo chancho, flaco y chico también, y tiene la misma suerte que el primero, siendo detenido apenas trata de escaparse. El público desde este instante empieza a alborotarse y pide vociferando que sean presentados cerdos grandes y chúcaros. El empresario se hace sordo a estos clamores y no aparece siquiera a dar alguna explicación hasta que al fin la concurrencia se desbanda y algunos de los que formaban se retiran destruyendo y llevándose consigo parte del tablazón del circo. Éste ha sido el principio y fin de las corridas de chanchos anunciadas con tanta pompa ayer”.

Huelga de Inquilinos...alla por 1907

Historias curiosas siempre encontraremos en cualquier pueblo del mundo, esta amerita un parrafo aparte.

Huelga de Inquilinos
Al cumplirse 100 años de esta gran lucha protagonizada en las principales ciudades del país por la clase trabajadora en la Argentina, iniciada el 13 de Septiembre de 1907 en las 132 piezas del conventillo de la calle Ituzaingó 279 en el barrio de Barracas; pretendemos no solo mantener viva en nuestra memoria colectiva estos hechos; sino traerlos en perspectiva histórica a nuestros días para enmarcarlos en la lucha de LOS SIN TECHO HOY.


El conventillo

Con este nombre, derivado de una expresión irónica española (Convento como prostíbulo) se comenzó a conocer a las casas que alquilaban cuartos a inmigrantes. Como consecuencia del fenómeno de crecimiento urbano que significó la inmigración europea, en una ciudad apenas preparada para un cambio de tal magnitud, nació el conventillo, cuya antesala sórdida y atestada fue el célebre Hotel de Inmigrantes. La mudanza de los grupos tradicionales al Barrio Norte (alrededor del 80% por la epidemia de fiebre amarilla) permitió alojar a numerosas familias, que se hacinaron en los ya obsoletos caserones del sur. Los especuladores, a su turno, no tardaron en acondicionar viejos edificios de la época colonial o en hacer construir precarios alojamientos para esta demanda poco exigente y ansiosa por obtener, mal o bien, su techo. La improvisación, el hacinamiento, la falta de servicios sanitarios y la pobreza sin demasiada esperanza hicieron el resto. La superficie promedio por persona era de 1,6 metros. Había nacido el conventillo.
 

El patio del conventillo fue sede de reclamos y un ámbito de sociabilidad. Allí se forjaban nuevas familias y, a veces, ocurrían dramas pasionales. En sus fiestas nació el tango y el sainete. Hasta mediados de 1880 no hubo agua potable en la ciudad. Los conventillos eran abastecidos por carros de aguateros, situación que se volvía intolerable en los meses de verano. No había cloacas. Tanto el retrete como el lavabo eran comunes. Había, en los barrios de Once y La Boca, un servicio cada diez cuartos aproximadamente, según las estadísticas de 1919. Esta situación provocaba epidemias como el cólera, la fiebre amarilla, el paludismo, los parásitos y las infecciones. En algunos casos había cocinas comunes, pero lo más frecuente era que se cocinara en los cuartos. También se destinaban a la cocina los rincones del patio. En cada cuarto había un calentador a alcohol o aceite que se colocaba en la puerta para que los olores fueran al patio. Si la pieza estaba en la galería superior, se lo ubicaba en el pasillo, lo cual generaba grandes discusiones por obstruir el paso.




El alto precio de los alquileres fue convirtiendo a los conventillos porteños en focos de conflicto. Los cobradores debían pasar a cobrar custodiados por la Policía. El inquilino moroso era desalojado por la fuerza pública. Los muebles se subían al carro municipal para trasportarlos a un depósito. En el camino se manifestaba la solidaridad de clase; y los desalojos solían terminar en batallas campales contra la policía.

El conventillo fue el centro de la única huelga de inquilinos de la historia. La Huelga de Inquilinos abarcó a más de cien mil personas atrincheradas en piezas y patios.

El 13 de setiembre de 1907 comenzó en las 132 piezas de Ituzaingó 279 en la Capital Federal la huelga más masiva de la época: Una medida de fuerza realizada por más de cien mil inquilinos de conventillos. Durante dos meses lucharon, entre otras reivindicaciones, por la reducción del 30 por ciento en el precio de los alquileres de las miserables piezas que habitaban. Hasta no obtener ese descuento no pagarían más.

Conventillos había en toda la Capital. Pero en la Boca, Barracas, San Telmo y Retiro los había al por mayor. Otro sector clave tenía como eje a la avenida Corrientes desde Cerrito hasta Callao. Costaba mucho pagar el alquiler. 1907 fue un año de aumentos masivos.

Los trabajadores inmigrantes vivían en los conventillos. Muchos de ellos traían en su equipaje la vivencia de lucha de los trabajadores europeos. Anarquistas, Socialistas, luchadores sindicales. Propusieron entonces luchar por rebajas. Los libertarios en particular supieron hilvanar los reclamos aislados y organizarlos en un solo haz. Impulsaron la designación de delegados por conventillo y crearon una dirección centralizada. Fue el comité central de la Liga de Lucha Contra los Altos Alquileres e Impuestos el que lanzó la huelga general aquel viernes 13 de septiembre de 1907.

"Nuestra divisa contra la avaricia de los propietarios debe ser: no pagar el alquiler"

El inquilinato que dio la patada inicial de la huelga estaba en la calle Ituzaingó, Barracas. Tenía dos puertas numeradas con el 279 y el 325 respectivamente. A este conventillo lo apodaban Los Cuatro Diques, porque sus cuatro patios eran iguales en número y disposición que los diques del puerto capitalino. A su alrededor vivían ciento treinta y dos familias -en treinta y tres cuartos por patio o dique- Vivían al día en una habitación de cuatro por cuatro, con baños, cocinas y braseros en común. Este lujo representaba un tercio de sus sueldos. Siempre y cuando consiguieran trabajo todos los días; cosa insegura porque en los frigoríficos se cobraba si había matanza, en la construcción si no llovía y en el puerto si había estiba. De lo contrario, de vuelta a la pieza sin un peso.

La huelga nacida en este conventillo de la calle Ituzaingó se extendió como un rayo a otros cien-tos de conventillos de la ciudad, Avellaneda, Lomas de Zamora, Bahía Blanca, Corrientes y Rosario.

Los caseros representantes del dueño perdieron toda autoridad. En cada inquilinato mandaba el comité del lugar. A tal punto era así que, por ejemplo, cuando el arrendatario del conventillo de Hernandarias 1756, la Boca, recibió el petitorio con los reclamos, se les rió en la cara. Entonces, los inquilinos declararon el boicot al almacén que el hombre tenía en frente. Juan Summo hizo cuentas y notó que perdía. No sólo reconoció el descuento del 30 por ciento en los alquileres sino que hasta pagó el costo de los volantes con los que se había convocado al boicot de su comercio.

Sobre las mujeres recayó una responsabilidad extra, ya que estaban todo el día en las casas al cuidado de sus proles: enfrentar las amenazas del desalojo que comenzaron a aparecer. El diario La Prensa contará que el 21 de octubre la Policía intentó desalojos en un conventillo de la calle Perú, "pero las mujeres ya estaban preparadas e iniciaron un verdadero bombardeo con toda clase de proyectiles, mientras arrojaban agua que bañaba a los agentes".

La resistencia a los desalojos tuvo diversos métodos. Por ejemplo cerrando las puertas de calle con cadenas y manteniendo guardias día y noche. Junto a las puertas acumulaban piedras, palos y todo elemento intimidatorio. Algunas crónicas relatan la decisión en algunos conventillos, de colocar enormes calderos con agua hirviendo amenazando despellejar a quienes intentaran echarlos. Un siglo antes, ésa había sido la táctica contra el invasor inglés. Los desalojos tuvieron un final funesto. El 22 de octubre una comisión judicial y policial fue a ejecutar un desalojo a la calle San Juan 677. El rumor corrió y cientos de vecinos quisieron impedirlo. Entre los gritos, los golpes y los sablazos, se abrió fuego. Cayó fulminado con un tiro en el cráneo un muchachito obrero baulero, Miguel Pepe, de 18 años. En esos días la Policía era comandada por el coronel Ramón Falcón, el mismo que dirigió la represión obrera durante la Semana Trágica de 1919. Ante la firmeza del reclamo algunos propietarios cedieron. La alegría recorrió la ciudad. En muchos patios, entre piletas y malvones, hubo fiesta y baile. Paladeaban el triunfo.

Pero en donde la organización era débil, los desalojos avanzaron. Docenas de familias quedaron en las veredas, a solas con sus pocos muebles. El gremio de los conductores de carros, anarquistas y solidarios, se puso al servicio de los desalojados para llevarlos a donde quisieran, gratis.

Pero el desalojo que quebró los ánimos fue el del conventillo iniciador del movimiento. El primer intento fue el 30 de setiembre, cuando vaciaron las piezas de Enrique Almada, 6 personas; María López, 11 personas; Fermín Micheli, 5 personas; y Santiago Rivas, 10 personas. Antonio Rinaldi -dirigente destacado del levantamiento-se salvó de ser echado del cuarto número uno por tener un hijo en cama.

Pero el golpe final en el conventillo líder ocurrió el 14 de noviembre: 250 hombres a máuser y bayonetas lo invadieron y la casa de Ituzaingó 279 quedó transformada en una barraca de la milicia.

La huelga se hizo larga. La cárcel aisló a muchos dirigentes. Y la Ley de Residencia, que autorizaba a expulsar del país inmediatamente a todo extranjero "revoltoso", mandó a otros a su país natal. Docenas de familias se reubicaron en piezas compartidas con vecinos. Otros se instalaron en plazas y en huecos de la ciudad. Hasta en la Plaza de Mayo hubo colchones más de una noche.




domingo, septiembre 13

Necochea, mi ciudad

Comparto con ustedes esta nota que salio en el diario de mi ciudad, "Ecos Diarios"

Pueblo Nuevo, la otra ciudad

Aunque al fundarse la ciudad, en 1881, los necochenses ya soñaban con un balneario y algunos de los fundadores plantearon que la ciudad fuera creada sobre la costa, no fue hasta 21 años después que comenzó a hacerse realidad aquel sueño y recién en 1945 se expropiaron las tierras para urbanizar la zona balnearia. Pero en 1902 ya estaban en funcionamiento los hoteles San Sebastián y el General Díaz Vélez, había dos ramblas de madera, una confitería y algunas casas entre las dunas de la zona.
En aquellos años una vieja casilla oficiaba de almacén de ramos generales y alquilaba trajes de baño. La casilla era el resto de un puente de madera de un velero que naufragó en la zona.
Aquellas iniciativas turísticas se hallaban a más de dos kilómetros de distancia del pueblo de Necochea, de allí que, aún hoy, parece existir la idea de que la Villa balnearia es otra ciudad, algo que se ve reflejado en la típica pregunta de los turistas: ¿Cómo llego hasta el "Centro Nuevo"?


La otra ciudad
Don Julián Azúa, pionero del turismo en nuestra ciudad, habilitó una casa de baños junto al mar en 1883. Al año siguiente comenzó a cavar los cimientos del legendario hotel La Perla del San Sebastián Argentino.
El nombre del hotel refleja lo que Azúa pensaba de las playas necochenses. Las comparaba con las de las afamadas Bahía de San Sebastián, en el país vasco.
Los primeros pobladores tenían tal confianza en las posibilidades turísticas de estas cosas, que en 1988 la firma Praderes Hermanos presentó un proyecto para construir el primer gran hotel turístico.
En 1894, Juan B. Patau proyectó delimitar entre "la orilla Sur del pueblo y el mar" un lugar para balneario en terrenos que pertenecían a los herederos del General Eustoquio Díaz Vélez.
Con la solución, en 1898, del enojoso pleito sobre las tierras donde estaba plantada la ciudad de Necochea, pueden comenzar a concretarse estos proyectos.
A fines de 1901 Eustaquio Díaz Vélez (heredero del general Eustoquio Díaz Vélez) comenzó las gestiones para la fundación de un pueblo entre el ejido de Necochea y el océano.
En febrero de 1902, el ingeniero Carlos Paquet realizó el proyecto. El Departamento de Ingenieros de la Provincia de Buenos Aires dictaminó que el proyecto debía ser modificado, pues la extensión de las manzanas era considerada excesiva.
Allí comenzaron los inconvenientes y no por Díaz Vélez, sino por las autoridades. Los herederos del dueño de la tierra proyectaron un trazado de avanzada turística, superior al de Pinamar.
Aunque se escucharon voces de protesta contra la familia Díaz Vélez, fue el Concejo Deliberante el que no aprobó el proyecto.
El 26 de septiembre de 1927, al aprobarse la ley 3.928 de ensanche del ejido de Necochea en 10.000 hectáreas, los herederos de Díaz aceptaron también el ensanche de lo que ya comenzaba a llamarse Villa Díaz Vélez.
En 1939, la señora Mathilde Alvarez de Toledo de Díaz Vélez solicitó la aprobación de la división de tierras en lo que hoy es la villa balnearia.
Intervino el ingeniero Justo Duggan y la dirección de Geodesia aprobó el proyecto, ya que se trataba de una ampliación del ejido y las reservas de uso público sobrepasaban el porcentaje establecido por la ley.
Sin embargo, este proyecto encontró oposición en la Municipalidad de Necochea por considerarse que la "subdivisión es inconveniente para una ciudad balnearia cuya población estable y de temporana no es de gran densidad".
Se consideraba que era inútil la ampliaciónd e la zona balnearia en "regiones actualmente despobladas".
De haber sido de otra manera, se hubiera solucionado en 1939 el problema surgido a partir de la implantación del Parque Miguel Lillo, que en la actualidad cierra la posible expansión urbana del frente marítimo.
La Dirección de Geodesia expresó en ese momento "que no puede privarse a un particular la facultad que tiene de dividir o vender su propiedad, siempre que se ajuste a las reglamentaciones vigentes".
El asesor del Gobierno adhirió a la opinión de Geodesia y aconsejó la aprobación del fraccionamiento. El Consejo de Obras Públicas dela Provincia consideró que podían aprobarse las subdivisiones propuestas.
El Comisionado Federal, por decreto 6.043, aprobó el proyecto. Pero la Municipalidad de Necochea, basándose en opiniones de la Asociación de Fomento y de la Cámara Comercial local, dictó una resolución que estableció «oponerse en forma terminante a la ampliación del ejido» de la villa balnearia.

El nombre del héroe
Los afanes de los Díaz Vélez se vieron limitados desde la fundación de la ciudad de Necochea. Lo único que pedían a cambio de la tierra en la que se levantó la ciudad, era que el pueblo llevara el nombre del héroe que actuó en las invasiones inglesas y participó en las jornadas del 25 de Mayo de 1810.
Pero al no lograr sus objetivos, los herederos de Eustoquio Díaz Vélez vieron la oportunidad de que el apellido fuera recordado con la fundación de la ciudad balnearia. Con el paso de los años, el "Nuevo Pueblo" se convirtió en la Villa Díaz Vélez.

JUAN JOSE FLORES
Redacción
Ecos Diarios, 13 septiembre 2009


Un video de mi ciudad subido por Piruloneco

Provincia de Santa Fe, Archivo General

Archivo General de la Provincia de Santa Fe
Antecedentes Históricos y Legales
En 1921 adquirió su fisonomía institucional ya que fue creada la Biblioteca de la Casa de Gobierno que pasó pronto a ser Biblioteca y Archivo Histórico de Gobierno.
En 1961, mediante la sanción de la Ley N° 5516/61 se convirtió en Archivo General, único repositorio de la provincia destinado a la conservación de la documentación del poder ejecutivo.
Sus fondos organizados en secciones y series, abarcan todos los aspectos de la vida provincial; cabildo, gobierno, contaduría, hacienda, justicia, culto, instrucción pública, topografía, obras públicas, agricultura, fomento y otros.
 Se ha enriquecido además con la transferencia de los fondos del Archivo de la 1° Circunscripción Judicial del siglo XIX y la primera y segunda décadas del siglo XX, como también con colecciones documentales de particulares.
En 1979 por Ley N° 8399 se reformó la Ley N° 5516/61 creándose dentro del Archivo General los Archivos Histórico e Intermedio, distinguiéndose ambos por los plazos de la documentación que conservan. El primero guarda documentos históricos de más de 30 años de antigüedad y el segundo administra los fondos que poseen entre 15 y 30 años.
Por Decreto N° 2232/82 se reglamentó el funcionamiento del Archivo General como también de los archivos sectoriales y jurisdiccionales de la Administración.
Por Resolución MG Nº 253/71 y Disposiciones AGPSF Nº 3/71, 46/81 y 71/87 se aprueba el Reglamento de la Sala de Referencias del Archivo.
La Ley N° 10870/92 creó el Sistema Provincial de Archivos cuya dirección ejerce la Dirección del Archivo General de la Provincia e integran obligatoriamente todos los Archivos Jurisdiccionales y de organismos descentralizados del Poder Ejecutivo, y al cual se han integrado mediante convenio, hasta marzo de 2000, las Municipalidades de Las Rosas, Rafaela, Capitán Bermúdez, Coronda, Salto Grande, Reconquista, Progreso, Venado Tuerto y San Justo, el Arzobispado de Santa Fe, Cablevideo S.A., Ente Regulador del Puerto de Santa Fe, Instituto Superior del Profesorado de Inglés y Francés Particular Incorporado N° 1 “Estela Guinle de Cervera, Dirección de Estadística y Archivos del Poder Legislativo.
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