domingo, julio 29

Los Hassan

En la historia de Nicaragua hay varias páginas escritas por los Hassan Morales. Unas están firmadas con tinta, otras con sangre. Algo tuvieron que ver con el derrocamiento de Anastasio Somoza Debayle, el periodismo, la política y también la fundación del Hospital del Niño. Pero, un momento. Vamos muy rápido. Para entender cómo sucedieron las cosas es necesario regresar a la Managua y el Nagarote de los años 30, porque todo comenzó con la llegada de un inmigrante árabe, de esos a los que en este país llamamos “turcos”, a pesar de que no vienen de Turquía sino de Palestina.

Se llamaba Musa Ahmad Hassan, pero en el certificado de vecindad que le extendieron en Nicaragua le tradujeron el nombre. “Moisés Jorge”, se aclaró entre paréntesis. Vino, pues, de Palestina. Dejó su tierra, el pequeño poblado de Yaba, cercano a Ramala, escapando de la ocupación judía y no judía que en aquellos años avanzaba como las olas del mar cuando la marea está alta. Atrás quedaron casa, patio, una esposa y dos hijos, Adel y Fosía. Una vida a la que nunca regresaría.

Pasó primero por Estados Unidos, junto con su hermano Issa, quien también buscaba mejor suerte. Y por alguna razón, que hoy nadie recuerda con exactitud, terminaron en el ombligo de Centroamérica.

Su negocio era el de las telas. Recorrían los departamentos nicaragüenses ofreciendo casimires ingleses, gabardinas, algodón, percales y linos holandeses. Casi nómadas, dormían en el hotelito del pueblo en el que les cogía la noche. Así, en Nagarote, conocieron la posada de Genoveva Hernández, madre de María Elsa Morales, una joven de cabellos crespos y mirada de paloma. Moisés se prendó de la muchacha y en 1940 se casaron. De ahí vienen los Hassan Morales.

Seis hijos tuvo este matrimonio. Los cinco varones fueron nombrados Moisés, como el padre. Anuar Moisés nació en 1941, le siguieron Issa Moisés, Amín Moisés, Omar Moisés y Foad Moisés. Sin embargo, solo uno sería llamado por el segundo nombre: Issa Moisés Hassan, que muchos años más tarde se convertiría en uno de los cinco miembros de la primera Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, conformada para dar rumbo a la revolución.

Sara María fue la penúltima (y por ser la única mujer nunca tuvo aliados en los pleitos entre hermanos). A ella no podían nombrarla “Moisés”, así que, por pura casualidad, terminó llamándose igual que la mujer que le vendía billetes de la lotería a doña María Elsa, cuando la familia ya vivía en la calle 15 de Septiembre, una de las principales arterias de la vieja Managua, y comía gracias a la venta de telas del Bazar Egipto, ubicado frente al mercado Central.

Siempre le apostaba al mismo número, con la terminación 71. Siempre. Excepto la vez que pudo ganarse el premio mayor.

El árabe y la nagaroteña 


Moisés Hassan, el padre, nunca aprendió a hablar español. Apenas aprendió lo básico para comunicarse con su familia, con un marcado acento árabe, salpicado de atropelladas bes.

Llevaba el negocio en la sangre y nadie salía de su tienda sin comprar al menos un retazo de tela. Era poco afectuoso, pero llenaba de caramelos a sus hijos. Nunca tomaba y, sin embargo, fumaba como condenado a muerte. A diferencia de doña María Elsa, era muy religioso. Rezaba tres veces al día y ayunaba un mes al año, en cumplimiento del Ramadán de los musulmanes.

Solía visitar el Club Árabe para platicar y jugar póquer con compatriotas inmigrantes; esto cuando no estaba ocupado sufriendo, pegado al radio que transmitía noticias acerca de la ocupación de Palestina, que tras la Primera Guerra Mundial y hasta 1948 quedó bajo mandato británico. “¡Ahora

sí!”, se dijo, contento, cuando Egipto intervino en el conflicto. Poco duró su alegría pues los árabes fueron vencidos por los sionistas y 750 mil palestinos, expulsados de sus tierras.

Doña María Elsa tenía otras preocupaciones. Era un ama de casa ocupada en la formación de sus hijos y criticar el régimen de los Somoza. “No es posible que podamos vivir en una dictadura que se va trasladando de padre a hijos”, replicaba cuando sus hermanos, todos somocistas, le preguntaban: ¿Y a vos qué te ha hecho Somoza?

Aunque no aprobó la primaria, era buena en la aritmética y escribía con claridad, gracias a su gusto por la lectura, una característica que heredó a Anuar, quien eligió salirse de la escuela para dedicarse a leer clásicos españoles, como Miguel de Cervantes Saavedra, Francisco de Quevedo y Gustavo Adolfo Bécquer.

Anuar estaba destinado a pasarse la vida leyendo y escribiendo. En 1961 empezó a laborar como periodista en el diario La Prensa. Fue ahí que conoció a Rosario Murillo, quien llegó a trabajar como secretaria de Pablo Antonio Cuadra. En 1968 se casó con ella. Él contaba 28 años de edad; Rosario, 18. Pese a su juventud —recuerda Anuar— ella ya tenía dos hijos de su primer matrimonio con Jorge Narváez (Zoilamérica y Rafael). Y “era fina, bonita y modosa”.

El matrimonio no duró mucho. Ya estaban separados cuando Managua se desmoronó, el 23 de diciembre de 1972. En este terremoto, bajo los escombros de una pared, murió el único hijo de la pareja, Anuar Joaquín Hassan Murillo, un niño “muy vivo” a quien le encantaba “leer” cada rótulo luminoso que encontraba en la calle cuando lo llevaban de paseo.

El asesinato de Omar 


Los Hassan Morales crecieron en una casa de dos pisos, con balcón y una azotea en la que los niños se bañaban en cada lluvia. Desde ahí se cayó Omar una tarde en que, como de costumbre, jugaban sobre un barandal, recuerda Moisés. Pero Foad, el benjamín de los hermanos, asegura que fue él quien sufrió el accidente, cuando a los 13 años de edad, justo después de gritar: “¡No le tengo miedo a la muerte!”, perdió el equilibrio y fue a parar sobre una maceta del jardín.

Cada uno tiene su propia versión de la historia familiar. Para Moisés, doña María Elsa era de lo más estricta; pero Amín dice que “ni tanto”. Anuar (cuyo nombre cristiano es Joaquín) cuenta que su madre los bautizó a escondidas de su padre; pero Foad considera que su progenitor estaba bien enterado de todo, nada más que “se hacía de la vista gorda”.

Al menos hay un dato que ninguno confunde ni olvida. Una fecha. 12 de mayo de 1979. El sábado en que la Guardia Nacional mató a Omar.

Tenía la edad de Cristo, 33 años. Estaba casado con Lourdes Murillo (hermana de Rosario Murillo) con quien procreó tres niñas. La mayor tenía 5 años, la menor había nacido apenas tres meses antes del asesinato.

Alguien “sopló” información a la Guardia y Omar, junto a Cristian Pérez Leiva, fue detenido en una de las entradas a la Laguna de Xiloá. Un guardia le dio un “garrotazo” y Omar se rebeló. Le dispararon por la espalda.

Fue Anuar, que por entonces trabajaba cubriendo sucesos para el diario Novedades, quien encontró su cuerpo. Lo buscó de morgue en morgue, hasta que lo halló en el hospital Manolo Morales. Estaba en una gaveta junto al cadáver de Pérez Leiva.

Hasta entonces doña María Elsa tuvo la certeza de que su hijo había estado luchando clandestinamente contra Somoza Debayle. Antes de eso solo sabía de las andanzas de Moisés, que también combatía para derrocar al régimen (peleó en el Frente Interno).

Moisés (padre), el inmigrante, no vivió para ver la insurrección nacional. Partió de este mundo el 9 de julio de 1961, a los 67 años de edad. Lo mató el cáncer. Quizá por tanto fumar, analizan hoy sus hijos.

Estudia, niño... 


Todos estudiaron carreras universitarias. Foad y Amín son neurólogos. De hecho, estaban especializándose en México cuando recibieron la noticia de la muerte de Omar. Y tuvieron que pasar varios meses para que, una vez derrocado Somoza Debayle e instalada la revolución, pudieran visitar la tumba del hermano, que se encuentra en el Cementerio Occidental de Managua.

Foad es fundador del Hospital Infantil Manuel de Jesús Rivera, “La Mascota”, que este año cumple tres décadas. “En aquel tiempo estábamos como diez médicos con especialidad y nos llamaron para incorporarnos al equipo del hospital”, comenta el doctor, ahí en su consultorio, ubicado en la Clínica Tiscapa, en Managua, justo frente al de su hermano Amín, que ya lleva más de 30 años ejerciendo su profesión.

Sara es economista y por varios años trabajó en el Banco Central de Nicaragua. Moisés es ingeniero civil y doctor en física, fue decano de la Facultad de Ciencias y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) y es autor del libro La maldición del Güegüense.

Anuar es periodista retirado (estudió en la Escuela de Periodismo) y publicó dos volúmenes de Grandes crímenes del siglo XX en Nicaragua , en los que recoge los textos publicados durante sus últimos dos años en La Prensa. Por ahora dice trabajar en unas memorias y planea contar en ellas lo mucho que ha visto y oído.

Fue su madre quien siempre tuvo clara la importancia del estudio. Y les repetía el verso del poeta venezolano Elías Calixto Pompa: “Estudia y no serás cuando crecido ni el juguete vulgar de las pasiones, ni el esclavo servil de los tiranos”.

Doña María Elsa murió en 1998, a los 87 años de edad. Hoy, en el árbol genealógico de los Hassan hay 16 nietos, descendientes de aquella nagaroteña y un palestino vendedor de telas que hace más de 70 años, en una tarde fría —¿o sería una mañana cálida?— pisó por primera vez el suelo de Nicaragua.



En la actualidad. Los hermanos Moisés (político y físico), Foad (neurólogo), Sara (economista) y Anuar Hassan (periodista). LA PRENSA/ U. Molina

FUENTE:
 http://www.laprensa.com.ni
Por: Amalia del Cid

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