viernes, febrero 17

Historias de Inmigrantes:

En un pequeño valle de los Alpes marítimos italianos, en la provincia piamontesa de Cúneo, se encuentra la comuna de Busca, a pocos kilómetros de Cúneo y de la frontera francesa, con sus imponentes montañas y sus picos nevados.
El pueblo todavía conserva vestigios de su muralla, que servía de protección contra las invasiones externas. En ese valle fértil tenía sus tierras de labranza la familia Isaia: Mauro Isaia y Teresa (Enza) Bertaina.
En ese pequeño pueblo había nacido uno de sus hijos, Michele Isaia, un joven soñador y aventurero.
Michele había escuchado hablar sobre un país llamado Argentina, adonde se estaba impulsando la inmigración europea desde mediados de 1850 y adonde ya habían partido muchos compatriotas.
Se trataba de un país con grandes extensiones de tierra, ideales para el cultivo y la cría de ganado. El gobierno argentino estaba impulsando una gran corriente inmigratoria, basada en la fertilidad de sus tierras y las ventajas que se ofrecían a los inmigrantes bajo la consigna de poblar el país.
Fue así como el joven Michele, de 21 años, junto a muchos de sus compatriotas decidió emigrar a América en busca de un futuro mejor. Partió desde el puerto de Génova en el buque llamado “Tibet” y la travesía duró largos días en ultramar. El buque llegó al puerto de Buenos Aires en 1886.
Este joven de religión católica, soltero y de profesión jornalero, seguramente tendría muchas posibilidades en un país tan grande y tan poco poblado. De Buenos Aires luego partió hacia la provincia de Santa Fe, para radicarse en una pequeña colonia llamada Grutly, distante a unos 65 kilómetros al oeste de la cuidad capital de Santa Fe. Hacía poco tiempo que la colonia se había formado con inmigrantes alemanes y suizos.
EN TIERRAS VÍRGENES
Michele -un joven de contextura robusta y fuerte- rápidamente consiguió trabajo en el campo, arando con bueyes las tierras vírgenes de la colonia. Enseguida hizo amistades con otras familias italianas que hacía poco tiempo habían llegado al lugar.
Así fue cómo conoció a una joven piamontesa oriunda de la comuna de Dronero, Giulia Pomero, hija de Santiago Pomero y Lucía Dutto. Michele tenía 21 años y Giulia 15 años cuando se casaron.
Michele y Giulia contrajeron matrimonio religioso en la parroquia Natividad de la Santísima Virgen de Esperanza, un pueblo pujante que tenía molinos harineros, donde llegaba la producción de la región. Esta población -que había sido fundada por inmigrantes alemanes, suizos y franceses en el año 1856- quedaba distante a unos 35 kilómetros de la colonia de Grutly.
Luego de algunos años de sacrificio y de luchar con las inclemencias climáticas y las plagas de langostas, la familia Isaia pudo comprar tierras para la labranza en Grutly Norte. Además, tenía una pequeña vid con la cual elaboraba su propio vino para consumo familiar, tal como lo hacían en su tierra natal, Italia.
Michele construyó la casa en el campo a pocos kilómetros del pueblo, adonde formó su familia y vivió hasta sus últimos días. Michele y Giulia tuvieron cuatro hijos y a uno lo llamaron Mauro, en honor a su abuelo paterno Mauro Isaia, a quien no pudo conocer porque había quedado en Italia.
Mauro se casó con María Luisa Brunassi/Brunasso, hija de Lorenzo Brunassi y Clara Pomero, de nacionalidad italiana. Los Brunassi/Brunasso eran oriundos de la pequeña comuna de Frassinetto en el Piamonte.
HERMANOS Y FAMILIA
Mauro y María Luisa se casaron en la localidad de Felicia en 1910, fruto de ese matrimonio nacieron cinco hijos: Teresa, Miguel, Lorenzo, Vestasio y Ema.
Vestasio (Toto, también llamado Eustaquio) cuando era joven quería ser sacerdote, siempre iba a misa con sus padres y era monaguillo en la pequeña iglesia de Grutly. Su bisabuelo, Santiago Pomero, hizo construir una capilla en el campo que adquirió cuando llegó a Argentina, que luego se vendió.
Una de sus hermanas, Ema, estaba de novia con Ismael Barlassina; así fue cómo Vestasio conoció a la hermana de Ismael: Nélida Barlassina, una hermosa joven de cabellos dorados, delgada, de carácter fuerte, luchadora y valiente. Además, era una excelente modista desde los 15 años, también de origen italiano de la región de Lombardía.
Luego de algunos años de noviazgo, Vestasio y Nélida contrajeron matrimonio religioso en el año 1944 en la localidad de Progreso. Allí se dedicaron a las tareas rurales: trabajaron en un tambo y en la agricultura. La pareja tuvo un sólo hijo: una niña a la que llamaron Norma María Clementina (Clementina le pusieron por su abuela materna, Clementina Mondino).
DULCE Y HERMOSA
La pequeña Norma era dulce y hermosa. Sus mejillas se sonrojaban cuando hacía alguna travesura con sus amigas o su primo Carlitos en la casa de sus abuelos maternos. Norma siempre fue muy compañera de sus padres pero tenía debilidad por su padre, un hombre de carácter sereno y corazón noble. La pequeña se convirtió en mujer pero siempre conservó su ternura y la inocencia que la caracterizó desde niña. Era una joven estudiosa y aplicada, siempre colaboraba en los quehaceres del hogar y en los trabajos del campo.
Norma se casó y tuvo cinco hijos: uno de esos hijos Claudio, que decidió contar la historia de su familia materna de origen italiana, orgulloso de su familia y de los valores que siempre le inculcaron su abuela y su madre.
Aunque el recuerdo de los orígenes tienda a borrarse con el paso del tiempo, la familia nunca olvidó sus raíces italianas y conservó sus costumbres, las recetas de la abuela, las pastas y el idioma (dialecto piamontés) que siempre se hablaba en el hogar.
02.jpgLas generaciones nacidas en Argentina contrajeron matrimonio con otros colonos italianos o descendientes de esa misma nacionalidad. Contar la historia de mi familia materna me llena de alegría y además es una forma de homenajear a los seres queridos que ya no están.







Norma María Clementina Isaia a los 3 años.



01.jpgNorma se casó y tuvo cinco hijos, entre ellos, Claudio.
 TEXTOS. CLAUDIO FABRE.
Fuente: EL LITORAL

miércoles, febrero 15

En busca del tatarabuelo

La moda del árbol genealógico. Cientos de ciudadanos se han convertido en detectives privados de su pasado familiar. Quieren descubrir su árbol genealógico. El Registro Civil y las parroquias, que han recibido instrucciones de "prevención", dan fe de este interés. Incluso hay una empresa que confecciona árboles desde 300 ?. La genealogía ya no es sólo patente de nobleza.


Uno se ha criado con sus padres, guarda recuerdos -vividos o contados- de sus abuelos, y tal vez haya oído hablar alguna vez de alguno de sus bisabuelos. ¿Pero quiénes fueron sus tatarabuelos? ¿Y los padres y abuelos de sus tatarabuelos? ¿Cómo se llamaban, dónde nacieron, cuándo murieron? Esa curiosidad por conocer la historia familiar, por rastrear archivos del Registro Civil y libros parroquiales hasta completar el árbol genealógico personal, es un fenómeno de moda.
Que se lo digan si no a Pilar Bayona, funcionaria del Registro Civil de Valencia y habituada ya al "goteo constante" de gente que le pide partidas de nacimiento de sus familiares más remotos. "Hay más ganas de saber quiénes fueron los antepasados de uno mismo", constata Pilar, aunque a veces haya anécdotas que lo desaconsejen: "Vino un chico de 27 años a solicitar la partida de nacimiento y aquí mismo se enteró de que era adoptado", cuenta mientras atiende al personal.
Que se lo digan también a Ramón Fita, archivero diocesano de Valencia, quien no duda en hablar de "una avalancha de solicitudes" en las parroquias valencianas por parte de particulares que desean averiguar su pasado familiar. Tanto es así, explica, que ya se están digitalizando los libros sacramentales para facilitar las consultas, y que la jerarquía eclesiástica aprobó hace un año un protocolo específico para estos casos en virtud del cual "los curas -resume Fita- han de atender a esta gente, pero también han de seguir algunas prevenciones: no se puede dejar un libro sacramental a una persona para que se lo lleve a casa; o no se puede dejar a una persona sola consultando un libro parroquial sin vigilancia, porque podría arrancar una página o causar daños".
A esa tarea investigadora se ha dedicado con verdadero entusiasmo José Antich Brocal, historiador y cronista oficial de Silla, de 62 años. "Inicié la investigación por una curiosdad o necesidad personal de conocer quiénes fueron mis antepasados, y también entraba dentro de un proyecto global de investigar todos los linajes de mi pueblo", explica. Tras tres o cuatro años de incansable dedicación a ratos libres, José ha podido reconstruir su linaje familiar con bastante exhaustividad. Por la rama paterna, el apellido Antich, ha ido enlazando antepasado hasta llegar a la segunda parte del siglo XVI. Uno a uno, ha localizado el nombre y los datos básicos de todos sus antepasados por vía paterna. Con el segundo apellido, Brocal, se ha quedado estancado a mitad siglo XIX por unas dudas documentales. Como él, existen cientos de ciudadanos valencianos reconvertidos en detectives aficionados que hurgan en registros civiles y archivos parroquiales para saber un poco más sobre la eterna pregunta: ¿De dónde venimos?

Empresario del árbol genealógico
Hasta hace relativamente poco ésta era una práctica exclusiva de las familias de rancio abolengo; aquellas casas con ilustre ascendencia que necesitaban justificar su origen para conseguir un título nobiliario. Pero las cosas han cambiado. Lo cuenta Martín de Oleza, barón de Alcalalí y Mosquera y letrado experto en derecho nobiliario. "Hay gente -dice- que rebusca en sus orígenes por fortunas o intereses, que quiere sacar algo de provecho con esa investigación familiar. También hay mucha otra gente que quiere ser noble, que quiere tener un papelito que lo atestigüe para poderlo enseñar. Sin embargo, también hay personas, y cada vez más, que sienten la necesidad de conocer mejor sus orígenes sin ninguna ínfula de grandeza. Sólo quieren saber de dónde vienen. Y eso, creo yo, es una curiosidad innata al ser humano", afirma.
Como buen emprendedor, Martín de Oleza ha montado un negocio para satisfacer esa curiosidad. Su empresa, Sociedad Jurídica Nobiliaria, está formada por genealogistas y abogados especializados en genealogía y derecho nobiliario. Su labor principal consiste en indagar en los antepasados familiares del cliente para justificar su derecho a un título nobiliario hereditario o su potestad para ingresar en órdenes militares y reales maestranzas de caballería. Pero además, también atiende a clientes que desean, por simple curiosidad y sin finalidad práctica, localizar genealógicamente a sus parientes remotos o conocer con mayor profundidad sus orígenes familiares. Es decir: el cliente paga y los profesionales de la empresa elaboran su árbol genealógico.
Cada caso exige un esfuerzo y el precio varía, pero -para hacerse una idea- tener un árbol genealógico que se remonte hasta los bisabuelos puede costar unos 300 euros; reconstruir los orígenes de uno mismo hasta los tatarabuelos eleva los honorarios hasta los 400 ó 500 euros; y retrotaerse hasta los antepasados familiares de principios del siglo XIX -siempre que se pueda- rondaría los 750 euros. Eso sí: las dificultades pueden encarecer mucho el precio.

El genealogista de coche y manta
Aunque los amateurs apasionados coinciden en que es menos emocionante, éste es el método cómodo, el de no ensuciarse las manos de polvo en antiguos archivos ni gastar suela yendo de un sitio a otro para muchas veces no conseguir nada. El genealogista que rastrea los antepasados por encargo es Luis-Bertrán Vidal Franco. Hijo de uno de los más grandes genealogistas valencianos de la historia (Luis Alfonso Vidal de Barnola, fallecido en 2008), Luis explica que el afán genealogista pega con fuerza en Sudamérica. "Nos están entrando muchas peticiones de investigación procedentes de Latinoamérica. Nietos de españoles que emigraron allí el siglo pasado y que quieren averiguar sus orígenes. Eso ha aumentado por esa nostalgia de España y por la facilidades comunicativas surgidas con internet. Pero en estos casos, la mayoría de veces se trata de búsquedas a ciegas, de coche y manta".
Padrones municipales antiguos, archivos parroquiales, archivos militares si pertenecía al EjércitoÉ "Es una labor muy dura patear parroquias y mirar papeles, en la que el cura de turno te suele poner trabas y a veces necesitas un día entero para encontrar una sola partida de nacimientoÉ Y al final, aparte del olfato, muchas veces depende de si el archivo parroquial lo quemaron en la Guerra Civil o no. Es una lotería".
Y a José Antich, el cronista de Silla, le ha tocado. Por eso no duda en animar a los interesados. "Que no decaigan en este intento loable por encontrar los orígenes y la identidad en una época donde todos se preocupan por los idiomas, la informática y los conocimientos provechosos. Porque todo lo que tiene de laborioso este trabajo lo tiene de satisfactorio cuando sabes quiénes fueron tus antepasados". La aventura empieza en el Registro Civil y continúa en quién sabe qué parroquias.

El 70 % de los archivos de iglesias, quemados
"Investigar en Valencia es llorar". Así de contundente se muestra Ramón Fita, archivero de la diócesis de Valencia. "Más del 70 % de los archivos parroquiales de la diócesis de Valencia -explica- desaparecieron en los años 30. Por eso, poder reconstruir el pasado familiar de uno mismo más atrás de 1870 (fecha de inicio del Registro Civil en Valencia) depende en ocasiones de la suerte de si el archivo de la parroquia en cuestión se conserva o no". Fita hizo un exhaustivo trabajo sobre el estado de cada archivo parroquial de la diócesis ("La documentación eclesiástica en la Archidiócesis de Valencia en la década de los años 30", en la "Revista d'arxius"). Mirarlo facilita el trabajo antes de salir de casa dispuesto a investigar.
 Paco Cerdà
Valencia
Fuente: levante-EMV

domingo, febrero 12

Los apellidos genoveses en Canarias: nociones previas para los estudios genealógicos

El apellido familiar los genoveses solían cambiarlo por el que denominaba al Albergo al que pertenecían, constituido por la asociación de varias familias con vistas a la realización de operaciones comerciales, reforzando sus alianzas en diversas ocasiones a través de reiterados enlaces matrimoniales.
De igual forma, dentro del albergo, las relaciones empresariales familiares no se veían mermadas. Al contar con un elevado número de descendientes dedicados a los negocios, muchas familias genovesas consiguieron establecer estrechos vínculos entre los principales centros mercantiles.
“En tiempos de Colón estas actividades estaban en manos de 149 familias agrupadas en 35 “alberghi”. Cada individuo adoptaba como apellido el nombre del albergo a que estaba afiliado, renunciando al suyo propio. Generalmente el albergo recibía el nombre de la familia coaligada más destacada, pero a veces se elegía un nombre nuevo. Así pues, puede afirmarse que las tres cuartas partes de los mercaderes, banqueros y navegantes genoveses utilizaban un nombre distinto del de su linaje verdadero. Esto supone que en la construcción de la genealogía de estos individuos tiene tanta o más importancia la mecánica onomástica de los “alberghi” que la lógica de la sangre.”
Nuevo apellido señal de adhesión al albergo
Como hemos señalado, el parentesco que no se reducía solamente al marco estricto de las relaciones familiares, sino que se ampliaba para abarcar también a otros grupos familiares que se agregaban a alguna gran familia o constituían un nuevo clan, abandonando su apellido y adoptando el nuevo en señal de adhesión.
Junto con los constituidos por las grandes familias nobiliarias, se crearon nuevos albergos procedentes de la fragmentación de clanes anteriores, o bien de la constitución de nuevos “albergi popolari”. Este fue un fenómeno bastante común en la Génova del XV, siendo su motivación fundamental la asociación de varias familias con vistas a la realización de operaciones comerciales, aunque también los constituían familias que habían inmigrado recientemente a la ciudad.
Redes de solidaridad
En uno u otro caso, la solidaridad que existía entre sus miembros constituía una estructura perfecta que facilitaba tanto la acogida del recién llegado a la ciudad o a la plaza mercantil en el exterior, como el flujo de información o la red de relaciones que permitían efectuar los negocios con mayores garantías.
De esta forma, operaba con gran perfección y amplitud el conocido mecanismo de la cadena migratoria, lo cual puede contribuir a explicar la intensa movilidad que practicaban los genoveses, ya que en cualquier parte podían hallar un punto de apoyo que les introdujese en la localidad de destino. Y el mismo sistema podía favorecer su rápida integración en la estructura social cuando el asentamiento adquiría un carácter definitivo.
El modelo de empresa que se utilizaba estaba también muy influenciado por estas redes de solidaridad. Frente al centralismo de la casa matriz florentina, el sistema genovés se basaba en la actividad de pequeñas empresas que tenían un mayor grado de flexibilidad. Se trataba de negocios individuales o sociedades de corta duración que unían a personas vinculadas por lazos de parentesco o de solidaridad.
Con actuación multiespacial, se constituían o disolvían con cierta rapidez e integraban a personas que residían en una o varias ciudades. Operaban todo tipo de mercancías y realizaban operaciones financieras de forma complementarias con el fin de facilitar los pagos entre las diversas plazas comerciales. A finales del siglo XV desarrollaron funciones bancarias.
La importancia de sus asentamientos en Andalucía y su contribución al desarrollo del tráfico atlántico les permitió intervenir con intensidad en la colonización de las islas Canarias y el comercio colonial. La mayoría de ellos controlaban sus negocios desde Andalucía, enviando familiares o factores para que residieran temporalmente en las islas.
La afluencia de otras minorías junto a la tendencia a integrarse considerablemente en la sociedad, con unos índices de avecindamiento y de enlaces matrimoniales con la población autóctona bastante elevados. Los más enriquecidos (como los Riberol, Cairasco, Viña, Ponte,..) se vincularon a la élite local y ocuparon puestos de relevancia en la administración municipal o real.
En síntesis, el albergo es una institución puramente genovesa, bastante original. Al principio -en pleno siglo XIII- constituía la reunión de todas las casas de la misma sangre en forma de alianzas familiares; pero, a principios del siglo XIV emerge otra forma de agregación, consistente en la reunión de diversas familias ligadas por estrechos vínculos matrimoniales o por meros intereses económicos. Las familias que constituyen un albergo toman el mismo apellido, las mismas enseñas y armas nobiliarias y se reconocen emparentadas entre sí. El vínculo que une estas agregaciones es más fuerte que la parentela o “parentate “, es decir más que la propia sangre. Generalmente los miembros de un albergo habitan en el mismo barrio de la ciudad de Génova, al que dan su nombre y enriquecen con bellos palacios.