martes, septiembre 24

Un nostálgico viaje a Rumania y Ucrania
Con el fin de conocer los lugares donde nacieron y vivieron mis padres, en junio pasado mi esposa Renee y yo organizamos un viaje junto a nuestros hijos Gabriel y Geraldine, Daniel y Vivian, por algunas ciudades de Rumania (sobre todo nuestra región de origen, Bucovina) y Ucrania.
Nuestra visita comenzó en Bucarest, capital de Rumania. La primera evidencia documentada de presencia judía en esa ciudad data del año 1550. En 1930 había unos 70 mil judíos, que representaban el 11% de la población total. Actualmente son aproximadamente 5000. Visitamos la Gran Sinagoga, construida en 1845 y restaurada en 1945. Igualmente fuimos al Templo Coral, que está siendo reconstruido con aportes del gobierno rumano, y la Sinagoga Yesua Tova, que es la más antigua, totalmente renovada en 2007 y que sigue siendo utilizada por la comunidad.
Igualmente fuimos al museo de la historia de la comunidad judía de Bucarest, al Memorial del Holocausto, diseñado por el famoso arquitecto Peter Jacobi y cuya construcción se realizó por recomendación de la Comisión Wiesel en el año 2009. También estuvimos en el pequeño centro comunitario judío, que se ocupa de organizar actividades para las personas de la tercera edad y dictar clases de hebreo a los niños, entre otras funciones.
Por último visitamos el Teatro Judío, un edificio muy grande que aún funciona gracias al subsidio del gobierno de Rumania; presenta obras en idish cada dos semanas, y también montajes en rumano. El teatro judío en Rumania tiene una tradición de 130 años, cuando fue fundado por el escritor y artista Avram Goldfaden. En general, Bucarest nos pareció una ciudad bastante moderna, con excelentes hoteles y grandes centros comerciales.
De allí nos dirigimos a Suceava, donde nos esperaba un guía. Es una ciudad muy pequeña que apenas tiene 50 judíos, la sinagoga está bastante abandonada y no se utiliza. Debimos pernoctar allí para obtener la visa para Ucrania, ya que hay un consulado de ese país. Por cierto que los israelíes no necesitan visa para entrar en Ucrania, pero los venezolanos sí.
También visitamos Radauti, a 50 kilómetros de allí, que es el lugar donde nació mi papá; en el registro civil vimos su certificado de matrimonio. En ese pueblo también existió una gran población judía, pero actualmente apenas cuenta con 56 integrantes. El presidente de esa pequeña comunidad, Igor Ko­ffler, nos mostró la sinagoga, que es muy bonita y está siendo reconstruida con subsidio del gobierno rumano (hay un parlamentario judío que está ayudando a obtener esos fondos). Asimismo, visitamos al cementerio judío.
Después de cruzar la frontera rumano-ucraniana, que es un proceso muy lento, llegamos a Chernovitz (Chernivtsi). Esta ciudad de 250 mil habitantes nos dejó gratamente sorprendidos. A pesar de todos los cambios sufridos desde la época en que perteneció al Imperio Austro-Húngaro, luego a Rumania, la URSS y ahora a Ucrania, las edificaciones están muy bien mantenidas, así como su principal calle peatonal, la Herrengasse (que ahora se llama Kobylyanzka), con su Wiener Kaffee, sus parques y plazas. Lamentablemente, la comunidad judía, que para 1920 constituía la mitad de la población y estaba dedicada al comercio, la política, con numerosos académicos, músicos y literatos, fue totalmente destruida. De 68 sinagogas que existían solo quedan dos, una en la que oficia el rabino Noah Kofmansky y otra de Jabad Lubavitch, inaugurada por el rabino Menajem Mendel. La población judía es de 1200 personas aproximadamente, y tuvimos oportunidad de reunirnos con su presidente, Yosif Bursuc; él nos llevó a conocer el centro comunitario Hesed Shoshana, donde ayudan a las personas de escasos recursos. También fuimos al Jewish National House, donde hay un pequeño museo.
En cuanto a mi búsqueda personal, pude encontrar la casa donde vivieron mis padres; los inquilinos actuales nos permitieron entrar y conversamos con ellos.
En el enorme cementerio no pude hallar ninguna tumba de mis antepasados; es muy difícil identificar las sepulturas, pues son más de 20 mil, no están señalizadas y hay mucha maleza; se espera que pronto un grupo de voluntarios acuda para su limpieza. Algunos nombres que se leen en las tumbas nos resultaron muy familiares, porque de allí vino una cantidad importante de familias asquenazíes de Venezuela.
En conclusión, además de las excelentes comidas que pudimos saborear en Rumania y que nos hicieron recordar las de mis padres (mamaliga, borsht, catlita o palachinquen, chorba y otras), el viaje fue una experiencia inolvidable.

La importancia de la memoria

Este no fue un viaje improvisado. Nuestro padre, Ignacio, lleva años ocupando buena parte de su tiempo en buscar, investigar y documentar la historia de la familia. Tiene documentos tan diversos como el manifiesto de embarque del buque en el que llegaron sus padres a Venezuela en 1930, y su partida de matrimonio. Ha sido una labor ardua en la que ha invertido tiempo, viajes a los archivos que tienen los mormones en Utah, e incluso contratando personas que se dedican a ir a los registros civiles y buscar documentos en varios países. Pertenece a sociedades de genealogía y a grupos de internet de personas que también provienen de esos pueblos y ciudades.
Para todos (incluso para nuestro padre) era la primera vez que íbamos a esos países, y no sabíamos muy bien qué íbamos a encontrar. Fue un viaje de emociones entremezcladas, con tristeza y añoranza de lo que debió haber sido y lo que es hoy para los que quedaron. En fin, ya sabemos de dónde venimos… y también sabemos a dónde no regresaremos, por el antisemitismo que se vive hoy en Europa.
Recomiendo, a todo el que pueda, visitar su lugar de origen. Escriban los recuerdos de sus padres y abuelos; esta información les será muy valiosa si llegan a viajar, para hacer la experiencia mucho más cercana. Si necesitan algún dato de guías en las ciudades mencionadas, con gusto les podremos dar recomendaciones.

Gabriel y Daniel Sternberg

Ignacio Sternberg

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